Ese, ese es el tiempo que hemos vivido de espera para la sentencia por el quebrantamiento por una orden de alejamiento, sí, tremendo pero cierto. ¡Qué exagerada!, dirán todas aquellas personas que no saben lo que es vivir en el túnel del terror de los malos tratos, pero las noches, las terribles noches doblan los días, de ahí esa cifra.
Hace justo un año publiqué mi primer artículo para esta revista, ¨Viviendo con miedo¨, en el que narraba la historia de malos tratos que vivimos en mi casa sufridos por mi hija menor de edad. Poco tiempo después de aquella primera sentencia condenatoria por dichos malos tratos físicos, el joven quebranta la orden de alejamiento y ahí comienza otro periplo judicial plagado de episodios surrealistas y situaciones en las que una víctima jamás debería verse, comienza el calvario de esa ¨violencia institucional¨ de la que había oído hablar, pero nunca creí tan cierta, dura y voraz.
Todo comienza cuando por fin mi hija entiende y acompañada por mí, denunciamos los quebrantamientos, de los cuales uno yo fui testigo.
Tras esa denuncia se nos cita en el juzgado y ambas partes declaramos, para mi sorpresa, salimos del juzgado con las declaraciones de versiones contradictorias (eso no es lo que me sorprende), sino que además con la noticia en primeras páginas del periódico de declaraciones del abogado del maltratador de mi hija con acusaciones graves hacia mi hija y hacia mí y afirmando que nos han denunciado. Recuerdo los titulares, ¨Cruce de denuncias¨, ¨Calvario judicial del joven futbolista¨… Pero, por si eso fuera poco, a un maltratador confeso y condenado le dan voz en prensa dejando a la víctima, mi hija, como una chica inmadura, inestable, ¨tóxica¨, insegura y culpable de que él le hubiese tenido que ¨dar un pequeño empujón¨, porque las patadas y los puñetazos los obvió.
Imagínense leer todo lo que se dice falsamente de ti después de haber vivido en el pozo de los malos tratos. Nos citan nuevamente del juzgado al poco tiempo porque quieren que lleguemos a un acuerdo, y ahí comienza una nueva pesadilla.
Estuvimos más de tres horas en un despacho para que nos pensáramos si firmábamos el acuerdo, que desde un primer momento dijimos que no íbamos a firmar. Tres horas sin poder movernos, sin comer nada, sin beber nada y sintiéndonos malas personas por no querer firmar un acuerdo que para nada beneficiaba en ninguno de sus párrafos a mi hija, ni tan siquiera se hacía mención a la víctima, un acuerdo que lo único que perseguía era beneficios para el agresor, tales como condenarlo, pero suspenderle la condena.
Tres horas en las que mi hija lloraba y lloraba y sí, le traían clínex y le decían que estuviera tranquila amablemente. Tres horas en las que mi hija me decía que no entendía nada, ¨primero quieren que denuncie, ahora me piden que lo perdone y haga como si nada hubiera pasado, es que no lo puedo entender mamá, ¿cómo me pueden pedir esto? ¨
Finalmente nos dicen que nos podemos ir pero que antes debo hablar con otra persona del juzgado, salgo a hablar con esa persona, y me encuentro con un hombre enfurecido porque no quiero firmar el acuerdo. Yo no doy crédito, no entiendo que esto pueda suceder en España en un juzgado, me enfrento a él, le doy mis argumentos, entre ellos que el joven sin algún castigo consecuencia de sus actos nunca entenderá la gravedad de lo que hace, pero, no sé a qué botón del cerebro de esa figura tan importante del juzgado le di, pero ese señor empezó a enrojecer y a decirme mil y una cosas que no fueron para nada agradables, ante esto, mi hija, la víctima, escuchando como le gritan a su madre, que sólo habla por ella y la protege, y como repiten una y otra vez, que si no firmamos ese acuerdo ¨el joven no puede seguir jugando al fútbol¨, ¨¿qué va a ser de él, si no sabe hacer otra cosa?¨, ¨parece que solo buscas venganza¨…
Nadie, nadie, absolutamente nadie nos preguntó en ningún momento qué estaba haciendo mi hija, si ha seguido con los estudios, si va a terapia, cómo le va, etc., pero, sin embargo, bien les preocupaba que el joven (maltratador) siguiera jugando al fútbol.
A las pocas semanas nos vuelven a proponer otro acuerdo, más de lo mismo pero maquillado, ni voy al juzgado, lo rechazamos, me niego a vender a mi hija, a que me chantajeen y a participar en el juego de este sistema patriarcal que desprotege a las víctimas. Pasan meses y meses y todo lo que solicitamos al juzgado queda en tierra de nadie, hasta que decidimos pasarnos a penal. Y pasa el tiempo, y los días y las noches son eternos y las subidas y bajadas emocionales son como una montaña rusa, hasta que nos citan para juicio.
El pasado mes de octubre tuvimos el juicio y el 25 de octubre de 2024 por fin salió la sentencia, apenas unas semanas después, sentencia condenatoria para el joven a seis meses de prisión por quebrantamiento de la orden de alejamiento, donde la jueza, la única que no nos ha hecho sentir mal en los juzgados hasta el momento, la única que no nos revictimiza, ha dejado bien claro en la sentencia que el joven quebrantó y queda probado, además de otras mentiras. Ahora estamos a la espera de que haya recurrido o no, pero yo siento que nosotras ya ganamos, sentimos paz, la paz que da haber estado en un juicio justo, en un espacio seguro dentro del juzgado, que, durante tres años, nunca tuvimos, sentimos que se nos escuchó y se hizo el trabajo de la manera más limpia posible. Nadie nos cuestionó, nos presionó, nos empujó a pactar.
Y me preguntan, ¿qué vas a hacer si recurre?, pues iré a declarar en paz, tranquila porque ya estoy durmiendo un poquito más, ya se sabe la verdad, nosotras la sabemos, él la sabe y la jueza lo ha dejado claro en una sentencia, está en su derecho a recurrir, ganará tiempo, pero el tiempo nunca le va a dar la verdad, ni la razón, todo lo contrario, la verdad solo tiene un camino y el tiempo hace que la mentira sea más complicada de sostenerse.