Nanda Santana
Cuando en marzo de 2020 el psicólogo de la sanidad pública que empezó a atenderme -una sesión de media hora cada tres meses, así está la salud mental en la sanidad pública- me animó a escribir un libro, nunca pude imaginarme todo lo que vendría con él. Para empezar, que en un plazo muy breve de tiempo una editorial quisiera publicar mi relato; para seguir, que la responsable de Igualdad de la Diputación del Común me lo presentara en rueda de prensa, con la consiguiente cobertura mediática, muy reciente aún en la opinión pública el impacto del asesinato en Tenerife de las niñas Ana y Olivia, y muy comprometida ella, Beatriz Barrera, con la erradicación de la violencia vicaria; que mi editor, Jorge Liria, me lo llevara a la Feria del Libro de Las Palmas de Gran Canaria, en San Telmo (gracias, Ramón Betancor, por la presentación que hiciste); también a la de Madrid, donde conocí a Sandra Sabatés y a Enrique Rojas, padre de la mediática e influyente psiquiatra Marian Rojas Estapé, la de Cómo hacer que te pasen cosas buenas y Encuentra tu persona vitamina; presentarlo en el COF y en el municipio de La Guancha, usándolo como herramienta con la que impartir a profesionales de diversos ámbitos una formación especializada que es absolutamente imprescindible para que quienes, de un modo u otro, están en contacto con mujeres maltratadas y menores detecten a primera vista cuándo se está produciendo violencia vicaria, física, psicológica, económica… y actúen de inmediato. Que no siga ocurriendo lo que a mí y a mis hijos: que el sistema que debería protegernos y ayudarnos tardó más de 8 años en poner nombre a lo que estábamos viviendo. Gracias, José Luis Muñoz, por verlo con tanta claridad desde las primeras sesiones: sin tu mirada certera y desnuda de prejuicios y sesgos, no sé dónde estaríamos ahora mis hijos y yo; podía haberme vuelto loca, me dijiste entonces; te pudo haber vuelto loca tu maltratador, me matizó después la psicóloga que me trató durante meses en la asociación Mujeres, Solidaridad y Cooperación, de la Red Insular de Atención a víctimas de violencia machista.
Al ir haciéndome eco de todo esto en mi perfil de Facebook, comenzaron a contactar conmigo por privado mujeres desconocidas, que me contaban estar viviendo cosas similares, que me felicitaban por la valentía y me agradecían poner voz y palabras a una realidad invisible, que pasa por completo desapercibida para sociedad y opinión pública. A otras las conocí en persona y alguna de ellas me puso en contacto con asociaciones de ámbito nacional, como Infancia Silenciada, que trabajan para visibilizar la violencia institucional y dar apoyo a las madres que la integran, y entré a formar parte de varios chats que son auténticos espacios de escucha sin juicios, donde unas nos sostenemos a otras. Aún queda mucho, muchísimo, por hacer hasta erradicar la violencia vicaria e institucional y para colaborar en ese trabajo acabamos de constituirnos como Madres VIVA (@madresviva en Instagram), dándole la vuelta a esas iniciales que tanto sufrimiento nos causan, Violencia Vicaria e Institucional y convirtiéndolas en las de los atributos que nos definen a todas sus integrantes: Valientes, Insistentes, Veraces y Amorosas, porque no mentimos cuando denunciamos mala praxis por parte de profesionales de juzgados, centros de salud, puntos de encuentro familiar, servicios especializados… que se han convertido en cómplices de nuestros maltratadores y los de nuestras criaturas, concediendo custodias compartidas y/o regímenes de visita a condenados por violencia de género, desprotegiendo a menores ante agresiones sexuales infantiles por parte de progenitores, acusándonos de alienar a nuestros hijos y ponerlos en su contra cuando tan solo les estamos protegiendo de la violencia con que les atacan. Porque el amor que les tenemos inspira todo lo que hacemos, también esta tarea de sensibilización y denuncia en la que ahora nos embarcamos.
Desde nuestro colectivo, hacemos un llamamiento a toda la sociedad a implicarse en la lucha contra el maltrato infantil y apoyar la tarea que queremos realizar: visibilizar la violencia que se ejerce contra madres y menores desde el sistema que debería protegerles. No en vano, nuestro ordenamiento jurídico cuenta con legislación específica, cuyo principal problema es que no se aplica, por falta de medios y de una sangrante carencia de formación especializada en perspectiva de género y de infancia, entre las y los profesionales, que ignoran los traumáticos efectos de la violencia en la vida presente y futura de las y los menores, víctimas como sus madres de los resabios patriarcales y machistas que aún perviven en tanta gente, que aún no ha reseteado sus mentes para ver y entender la realidad de la violencia machista en toda su perversa dimensión.