DE LAS CENIZAS A LA LIBERTAD: EL VIAJE DE UNA GUERRERA

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Por María José.

Hubo un tiempo en que pensé que no había salida. Un tiempo en que la violencia y el rechazo de mi familia, me quebró en todas mis formas. No solo fueron los golpes en el cuerpo, sino las heridas en el alma, la humillación constante, el miedo que me ahogaba. Viví con el peso de la impotencia, con el desgarro de una mujer atrapada en una vida que no reconocía como mía. Mis estructuras se derrumbaron, mis fuerzas se desvanecieron y llegué a creer que no quedaba nada de mí.

Pero un día, con el último aliento de mi dignidad, dije basta. Y en ese basta encontré mi primer paso hacia la libertad. No fue fácil. Me enfrenté a los escombros de mi propia vida: el dolor, las deudas, las cicatrices visibles e invisibles. Reconstruirse desde las ruinas requiere un coraje que muchas veces ni siquiera sabemos que tenemos.

Recuerdo un día en particular. Estaba en mi casa, me tiré al suelo, con el cuerpo doblado y el alma rota. Lloré hasta casi ahogarme, con las rodillas clavadas en el suelo,  diciéndole a Dios por qué. ¿Por qué tanto dolor? ¿Por qué esta vida? ¿Por qué yo?. Sentí que no podía más, que mi historia estaba escrita con tinta de sufrimiento y que no había forma de borrar el pasado. Pero en ese momento, en  el punto más bajo de mi existencia, entendí algo: en mi debilidad residía mi fortaleza y en mi soledad residía mi libertad, la verdadera libertad.

Ahí comenzó mi reconstrucción. Un proceso largo, lleno de caídas, pero también de descubrimientos. Un camino en el que tuve que aprender a reconocerme de nuevo, a dejar de ver en mí a la víctima que otros quisieron crear, para convertirme en la mujer fuerte y valiente que siempre estuve destinada a ser.

 La reconstrucción no es sólo un cambio externo, es algo profundo, interno. Es aprender a mirarse con amor, a hablarse con respeto, a reconocerse en el espejo y ver a una mujer poderosa. Es saber que aunque la vida nos golpee, somos nosotras quienes decidimos cómo nos levantamos.

 Me di cuenta de que la clave estaba en lo que me decía a mí misma. Las palabras tienen poder y yo empecé a usar ese poder a mi favor. Me repetía una y otra vez:

 “Yo soy fuerte”

 “Yo soy luz”

 “Yo soy capaz de reconstruirme”

 “Yo soy especial” 

 “Yo soy imparable”

 Y poco a poco, todo cambió. No fue de la noche a la mañana. Fue un trabajo diario, constante, una lucha contra los miedos, contra las dudas, contra la sombra de lo que fui. Pero cada vez que me levantaba, cada vez que me negaba a rendirme, me acercaba un poco más a la mujer que soy hoy.

Porque aunque me caiga mil veces, me levantaré mil y una. Porque somos fuertes. Porque la resiliencia está en nosotras, porque la vida no nos define por las veces que caemos, sino por las veces que decidimos ponernos en pie.

Gracias a la metafísica, aprendí a reconstruirme desde cero. A quitar esos patrones limitantes que me hacían creer que no valía, que no podía, que no era suficiente. Descubrí que la verdadera transformación empieza en la mente, en los pensamientos, en la forma en la que decidimos vernos a nosotras mismas.

Desde niña, el mundo de la espiritualidad me llamaba, pero no fue hasta ese momento de ruptura total cuando realmente me aferré a ella. La espiritualidad me enseñó que dentro de mí había una luz que nadie podía apagar, que había una fuerza más grande que todo el dolor que había vivido y que esa fuerza siempre había estado ahí, esperando a que la despertara.

Fue entonces cuando escribí mi libro, “Superando las Sombras para Abrazar la Vida”. Para mí, plasmar mi historia en papel fue una catarsis, fue liberar cada herida, transformar el dolor en palabras y convertir cada lágrima en un testimonio de fuerza. Fue ahí donde descubrí que mi propia voz tenía poder. Que mi historia podía ayudar a otras mujeres.

 Y así comenzaron las charlas, las entrevistas, los espacios donde compartía lo que había vivido, no desde la herida, sino desde la sanación. Poco a poco, mi testimonio dejó de ser solo mío para convertirse en un mensaje de esperanza para otras mujeres que también creían que no había salida.

Hoy, al mirar atrás, veo a la María José que fui y la abrazo con ternura. Porque ella, la mujer rota, la que un día lloró en un juzgado sintiéndose pequeña y derrotada, es la misma que hoy alza la voz para decir que sí, se puede salir. Que sí, la vida se reconstruye. Que sí, que después de una noche oscura, siempre hay un bonito amanecer.

Mi historia no es solo mía. Es la historia de tantas mujeres que han sentido que su mundo se desmorona, que han creído que su destino es el sufrimiento. Pero hoy quiero gritar que no lo es. Somos mujeres capaces de reconstruirnos, de sanar, de tomar lo que la vida nos quiso arrebatar y convertirlo en luz.

 Porque la clave no está en mirar el retrovisor y quedarnos atrapadas en lo que fue. La clave está en avanzar, en mirar hacia adelante, hacia la luz, porque todas somos luz. Porque el pasado no define el futuro y lo que un día fue sombra, hoy puede convertirse en claridad.

Hoy, la nueva María José Ferrero Beneitez no es una víctima. Es una mujer que ha renacido. Hoy doy charlas en los Institutos, hablo en la radio, llevo mi historia como un estandarte para que nadie más tenga que sentirse sola en la oscuridad.

 Mi gratitud hacía Radio Las Palmas y Asunción Benítez es inmensa, porque han sido un pilar fundamental en este camino. Gracias a Asunción, hoy tengo un espacio dentro de la “Otra Mañana”, llamado “Testimonio Violeta”, un lugar donde no solo alzo mi voz, sino donde otras mujeres pueden encontrar consuelo, fuerza y esperanza. Porque cada historia compartida  y cada entrevista es un puente hacia la sanación, porque cada palabra que se dice en ese espacio es un eco que resuena en el corazón de muchas mujeres.

También quiero agradecer a Radio Teror y a Israel por haberme abierto sus puertas y brindarme la oportunidad de compartir mi historia. 

Porque cuando nos han quitado todo, nos queda lo más poderoso: la capacidad de volver a levantarnos. La vida se puede reconstruir desde la nada, desde la última lágrima, desde el último suspiro de esperanza.

Y seguiré alzando la voz, seguiré ayudando porque cada mujer que se levanta es un triunfo, cada historia que cambia es una victoria. Y mientras haya una sola mujer que necesite escuchar que sí se puede, allí estaré.

Somos fuerza, coraje y vida en movimiento. No hay límites para lo que podemos lograr, no hay barreras que no podamos derribar. Cada paso que damos es un eco de todas las que lucharon antes y una promesa para las que vendrán. No nos detienen, no nos callan, Porque somos el latido que transforma el mundo. 

PORQUE SOMOS MUJERES. Y ESO, POR SÍ SOLO, YA NOS HACE IMPARABLES.

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