FUTURAS BOMBERAS

0
2203

Por Ana Fernández Vargas.

Estar opositando en mi generación se ha convertido en la segunda carrera universitaria a la que nos enfrentamos, sin  contar con los dos o tres másteres y la experiencia laboral nacional e internacional que llevamos a la espalda.

Una crisis, un periodo de tregua, una pandemia, otra crisis… y nuestros padres pendientes aún de si nos podemos permitir comer “bien”.

“Estudia y tendrás un futuro digno”, nos dijeron. “Ponte a opositar y tendrás un sueldo fijo”, nos insiste ahora una clase media que va muriendo a pasos agigantados. “Nosotros también lo tuvimos complicado, pero solo quien más se esfuerza llega a la meta” nos repiten, aún sabiendo que este mundo ya no funciona así.

Soy arquitecta de profesión. Lo de profesión porque lo pone el título académico, no porque se pueda considerar una actividad profesional digna hoy en día para la mayoría. La precariedad laboral y la incertidumbre generacional han tocado a la puerta de todos los sectores, incluso a los más asentados. A esto hay que sumarle la cuestión de género, que aún estando en el siglo XXI, queda mucho patriarcado por desmantelar.

Estar en obra, mediar con un campo masculinizado hasta las entrañas, centrarse en el trabajo y no en cómo afectan los comportamientos hegemónicos a una misma, obviar faltas de respeto y un largo etcétera, son tareas que no están en el guion y que nada tienen que ver con nuestro ejercicio profesional. Sin embargo, seguimos asumiendo estos roles tal y como nos enseñaron desde muy pequeñas, pero convencidas de que estas agresiones sistemáticas tienen los días contados si continuamos avanzando en una línea de feminismos y colectivización de realidades. Un 60% de las aulas ya son ocupadas por mujeres, aunque estos porcentajes vuelven a bajar estrepitosamente en los altos cargos.

Apartando todos los inconvenientes que acabo de nombrar, que desgraciadamente no son exclusivos en el campo de la arquitectura, para mí, este parón mundial, dentro de mis privilegios de ser mujer europea que ha tendido acceso a educación y casi todo lo que he querido sin esfuerzo, me ha venido bien. Un periodo de tiempo para replantearme mi modo de vida o, mejor dicho, para identificar la esclavitud del modelo productivo a la que estamos sometidas sin poner la vida, los cuidados y los autocuidados en el centro.

Trabajar, comer rápido para seguir trabajando. Ritmos frenéticos, estrés insaciable y crisis existenciales continuas. Un modo de vida insalubre y sin ningún tipo de estabilidad emocional, laboral o física.

El parón pandémico, entre otras cosas, me permitió volver a retomar el deporte de una forma sana y no como una obligación más. Unos meses de pausa laboral en los que me planteé empezar el largo camino para llegar a ser bombera, y obtener los recursos y las herramientas para ejercer una profesión enfocada en las emergencias y los cuidados de la Naturaleza y del resto de seres vivos.

No me olvido de que me encuentro sumergida en una oposición de élite. Como requisitos mínimos, hace falta el carnet de camión, el del tráiler, un profesional que te lleve los entrenamientos, a no ser que seas experta en la materia, una academia para obtener un temario abierto inaccesible públicamente, y por último y nueva reseña, el carnet de barco que no se imparte por vías públicas.

No todo el mundo tiene acceso a ser bombera o bombero, ni tan siquiera planteárselo. Esto puede dejar fuera a personas verdaderamente profesionales que no disponen de los recursos necesarios para adentrarse en el proceso.

Del total de efectivos profesionales en España: 20.041, únicamente 168 son mujeres. Un 0,83%. Esto no es una casualidad y tampoco es que no nos haya apetecido querer serlo.

Este porcentaje se volvió a repetir en la última selección de opositoras y opositores al consorcio de Tenerife, donde compitieron por diez plazas 3 mujeres entre 210 hombres y ninguna de ellas alcanzó a superar las pruebas físicas estipuladas en las bases de la convocatoria.

Nos gustaría eliminar el estigma social que afirma que la fuerza va por encima de todo. Nos encantaría tener más referentes en las que proyectarnos y que no caiga todo sobre unas pocas ya cansadas de tanta lucha. Que nuestro día a día, basado en continuos retos, incluya la perspectiva de género en el ámbito profesional y deportivo. También, una utilización de lenguaje inclusivo en los vehículos o trajes de trabajo acompañaría un cambio necesario para que diferentes colectivos nos podamos proyectar incluidas en el equipo.

Hace unas semanas tuve la suerte de conocer a una bombera, y me contaba que le sigue costando aceptar el descoloque facial de la población cuando se quita el casco. Algo que ni se me había pasado por la cabeza.

Buscamos que esta igualdad de oportunidades comience a ser una realidad, empezando porque las pruebas físicas sean coherentes con la profesión y con lo que conlleva la creación de equipos multidisciplinares de emergencia; por supuesto, con perspectiva de género para una mayor eficacia y beneficio colectivo. Nada que ver con la búsqueda de facilitarnos las pruebas por ser mujeres, como escuchamos en modo queja en nuestras jornadas de preparación. Demostrado está que en la diversidad colectiva está la optimización de esfuerzos y el mejor funcionamiento de los equipos.

Queremos formar parte, y, sin duda, la ayuda que estamos recibiendo por parte de compañeros y profesionales del sector para hacer esto posible la agradecemos enormemente. Espero que muchas compañeras se animen a recorrer este camino, que podamos apoyarnos para hacerlo realidad y que trabajemos todas estas desigualdades desde dentro. Desde luego, también deseo que empiece a ser un reto accesible para todas las personas; al menos, que puedan plantearse si quieren comenzarlo.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí