Por Lemtat Abdel Aziz
Me llamo Lemtat y tengo 8 años. Corre el año 1994 y estamos abandonando de noche Tinduf, el campamento de refugiados saharaui más inhóspito del mundo, para reunirnos con mi padre y mi hermano de seis años, que emigraron a Gran Canaria en busca de un futuro mejor para la familia. Mi tío consigue un salvaconducto para llegar a Mauritania y, durante tres días y cuatro noches, va a acompañarnos a mi madre, de 27 años, y a mis dos hermanas, de 1 y 2 años, que van conmigo, llevándonos hasta la frontera. Nuestro campamento queda en la parte más alejada y, con ayuda de un vehículo, nos vamos desplazando -durante la noche hasta el amanecer- hacia los sucesivos campamentos donde permanecemos quietos hasta la noche siguiente.
Días después, las ruedas quedan enterradas en la arena de las dunas y no conseguimos avanzar. Por fin, un camión militar, cargado con tiendas de campaña, nos recoge y nos llevan ocultos hasta la salida del Campamento, donde nos espera una camioneta Toyota abierta. Viajamos en la parte de atrás e intento proteger a las pequeñas con mi cuerpo de las piedras que saltan del suelo y, a su vez, mi tío me protege a mí.
Llegamos a Zouérate, la mayor ciudad al norte de Mauritania, donde pasa el ferrocarril con los trenes de carga que llevan el hierro a la costa, a Nouadhibou. Pueden llegar a medir hasta tres kilómetros de largo, siendo los trenes más largos del mundo. Hay una zona habilitada en los vagones para pasajeros. No hay estación al llegar y los trenes no paran, sino que ralentizan la velocidad, cuando nos vamos a bajar. Primero tiramos los bultos de tela, que otras personas nos alcanzan después, luego ayudo a bajar a mi madre, donde le espera uno de mis tíos, y ayudo a las dos niñas pequeñas, y, por último, salto del tren.
Cuando llegamos a Nouadhibou en un coche que nos lleva a casa de mi abuela materna, que vive con sus tres hijos, que son mis tíos, me asombro al ver la luz eléctrica, muchos coches, las tiendas de comida y la ciudad llena de edificios, pero me acuerdo de la gente que dejé en el Campamento y de mi maestra de primero y segundo de Primaria, que terminó con matrícula de honor.
Un tiempo después, mi madre se marcha con mis hermanas pequeñas a reunirse con mi padre y mi hermano en España, pero, por falta de recursos, me deja con mi abuela que consigue escolarizarme con los papeles de una niña fallecida, ya que yo no tengo documentación por ser refugiada. Mi abuela nunca se acuerda de mi nuevo nombre y, cuando viene a buscarme a la escuela, pregunta por Lemtal y le dicen que no existe esa niña. Ella me quiere muchísimo. Después de un año, por fin, me reúno con mis padres y hermanos.
Una vez en Las Palmas, comienzo a estudiar en 4º de Primaria con un nivel más bajo que los demás; la dificultad del idioma y el choque cultural es inevitable. Consigo adaptarme en el siguiente nivel y soy aceptada por todos. La adaptación se ha producido de manera tan natural, que me siento partícipe de las dos culturas: la canaria y la saharaui.
En mi adolescencia, descubro mi interés por la comunicación, el feminismo, las causas saharaui y palestina, la defensa de los Derechos Humanos, intervengo como enlazadora de culturas y mediadora intercultural con proyectos en África. Actualmente, me intereso por la inclusión social a la búsqueda de soluciones y apoyos para empoderar la autonomía de las personas en determinadas circunstancias coyunturales desfavorables de la vida; en especial, en cuestión de género y temas de salud con la Administración y la comunidad árabe.
Estas habilidades me han llevado a interesarme por la política, como coordinadora de Comunicación y Gestión de Redes Sociales del Grupo Africanos Socialistas, a relacionarme con distintos Organismos, formarme como Community Manager por la Universidat Oberta de Catalunya (UOC) y en Políticas Sociales por la UNED, así como trabajar como freelance en Gestión de Trámites telemáticos y Redes Sociales.