VIOLENCIA VICARIA

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Por Ruth G. Velázquez.

Ahora que tengo el conocimiento, ahora que me he formado y detecto todas las variantes de la violencia, siendo consciente de la importancia de no normalizar y mucho menos justificar, por respeto a mí, a mi hija, a las mujeres y menores que puedan haber sufrido o estén sufriendo la Violencia Vicaria, para aportar mi granito en la prevención de posibles casos, y/o acompañamiento a quien lo vive, por Ithaisa Fernández Navarro, la abogada que nunca me ha soltado la mano, quien me recuerda lo fuerte que he sido y que soy, que nunca estaré sola, por todo ello debo ROMPER MI SILENCIO, SE ACABÓ, llegó el momento de contarlo.

Teniendo 26 años y con una relación de más de 1.098 días, a la llegada de un viaje de mi ex pareja junto a sus compañeros/as de promoción, le comunico que estoy embarazada, era algo inesperado para los dos, a mí también me cogió de sorpresa, dado que usábamos anticonceptivos. Su única respuesta ante la noticia fue: -para seguir estando juntos tienes que abortar-, con asombro no podía creer lo que su boca era capaz de pronunciar, sin que le temblara la voz, porque a mí sí que me temblaba el cuerpo entero de escucharle, abrumada de angustia me ahogaba en mi propio llanto y me negué rotundamente a aquella imposición, sintiéndome atrapada en una vorágine de emociones. Si en algún momento tomaba la decisión de abortar no sería por ceder a su chantaje y amenaza, sino por decisión propia. Trataba de hacerme la fuerte, mostrándome firme, a pesar de descubrir al narcisista y victimario que ocultaba hábilmente (sin detectarlo, más bien sin saber ponerle nombre en aquel momento, ojalá hubiese tenido los conocimientos que tengo ahora), sintiéndome rota por dentro.

A partir de esa noche, no supe más nada de él, a pesar de mis llamadas, mensajes, de buscarle en su trabajo, en casa de su madre, con las amistades que teníamos en común… Asombrosamente, su frialdad e indiferencia era la forma que ejerció para presionarme contra las cuerdas, dejándome sin respiración para que tomase la decisión de abortar para estar con él…  ¡Dando por sentado que así lo haría! 

Sus comentarios con personas que teníamos en común lo delataban:  – solo quiere amarrarme porque soy policía -, – desde que se vea sola va a ir corriendo a abortar- etc. pero se equivocaba. Su máscara se había caído, ahí estaba yo con la espalda y el pecho lleno de puñaladas que desangraban mi persona y mis emociones.

Estando aún enamorada, mis emociones a flor de piel a pesar del mal trato que recibía, continuaba ciega, con la esperanza ridícula de que recapacitara, con el deseo que sus supuestos sentimientos hacia mí no se hubieran esfumado de un plumazo, de que aquella actitud que me mostraba no fuese más que un arrebato de inmadurez, pero ese momento no llegó. ¿Dónde estaba el hombre que me decía que me quería?  ¿Dónde estaba el hombre que había idealizado? ¿Cómo era posible su indiferencia?

No daba crédito a lo que estaba viviendo, parecía una pesadilla de la que no lograba despertar, devastada, quebrada, mi confianza volaba de un lado para el otro como hoja del árbol caída. Pasando noches y días enteros en estado de shock, sin separarme del móvil por si llamaba o mandaba mensaje y con mil preguntas sin respuesta.

Envuelta en una gran incertidumbre y decepción pasaba el tiempo, analicé mi situación, mi estabilidad económica, contando con mi casa, mi coche, mi independencia, mi seguridad… ¡No le necesitaba para nada! me repetía una y otra vez, una y otra vez. Continué con el embarazo, preparándome para ser madre soltera, que era todo lo contrario que yo había soñado para mi vida. Ilusa de mí, siempre había creído fehacientemente que un padre es una persona que debe proteger y priorizar a su hija/o por encima de todo, por lo menos ese era el sueño que creé en mi mente, aunque esta creencia sea solo un imaginario de cómo nos hacen creer que debe ser.

Mi hija nació en aquel junio caluroso; ella sí que era el amor de mi vida. Durante los primeros cuatro años, éramos familia monoparental, tanto en su nacimiento como en muchos momentos que pensaba que su padre podía estar cerca y que el verla le podía hacer cambiar… le avisaba y, desgraciadamente, me encariñé con la piedra en la que me estampaba y me hacía caer de redondo al piso, agudizando mi ceguera. Hasta que un día, nuestra tranquilidad y felicidad fue interrumpida por la entrega de un sobre del Juzgado a mi nombre en la puerta de mi casa y que, en su interior, contenía una petición de paternidad; sin saberlo, aquel sobre era la llave del infierno. 

Llegué a las manos de Ithaisa abatida, sin fuerzas, desesperada, con mucho miedo ante lo que aquella demanda recogía. Por desgracia no fue la única demanda que llegaba, intentos de quitarme la custodia en varias ocasiones, alegando que era mala madre, invalidando a boca llena mi capacidad ya demostrada los años donde brilló su ausencia, por el mero hecho de él ser policía, creerse con poder, mayor credibilidad y superioridad para, supuestamente, ofrecerle mejor bienestar a la niña que yo. En nuestro país, tan desarrollado y próspero, carente de un sistema patriarcal (ironía), por llevar su sangre se le otorga a pesar de lo que haga y de la violencia que ejerza los derechos y obligaciones como padre, de estas últimas se olvidaba conscientemente con mucha facilidad o lo usaba a su antojo, a sabiendas que sería la forma en la que podría llevarme al límite y derrotarme, siendo su único objetivo, sabía que dañando a la niña,  y a su vez no cumplir con sus obligaciones, supondría que todos mis cimientos se tambalearan como con el paso de un terremoto. 

Las idas y venidas en los juzgados llegaron a ser incesantes, con mil acusaciones, entre tantas de ejercer el Síndrome de Alineación Parental, de secuestro, llamarme mala madre era de los piropos más bonitos que podía recibir.  El error más grave que cometí fue creer en la Justicia, creer que el principal objetivo es salvaguardar y proteger el bienestar de la menor como se supone que debe ser, que se tendrían en cuenta las circunstancias acontecidas, que serían profesionales, imparciales, aplicando la Ley, con fundamento y honestidad, sin exponer la vida de una menor peligrosamente por su parcialidad evidente hacía el progenitor “policía”, ejerciendo descaradamente violencia institucional y misoginia, a la que me sometían sin cesar por proteger con uñas y dientes a la niña, por mis decisiones, por mi lenguaje corporal, por llegar a la sala con miedo, pero firme, mirando a los ojos, respondiendo con claridad y contundencia, por haber creado familia de forma monoparental, con valía demostrada, defendiéndome con la cabeza alta, sin llorar, era todo lo contrario a lo que esperaban que mostrase, para dar por valido la tortura y violencia vicaria que sufríamos.

En una de esas tantas ocasiones en las que me demandaba, aportando informes psicológicos y psicosociales que lo desaconsejaban, sin cumplir con los requisitos necesarios, el Juez dictó custodia compartida; se pasó todo el juicio hablando por WhatsApp, motivo por el cual solicité la grabación del juicio para tomar medidas (no tenía economía en ese momento y no pude hacer nada), porque la sentencia que dictó desgarró tanto nuestras vidas. Por ello, nunca olvidaré su nombre y mi hija tampoco. 

Durante años sin cumplir sus obligaciones, pagos sin realizar, renovaciones de colegio sin firmar en tiempo y forma, material y uniforme sin pagar, hacía uso del seguro privado de salud que la niña tenía, sin querer pagar el porcentaje que le correspondía por sentencia, medicación sin dar, citas médicas y revisiones a las que no acudía, teniendo que solicitar nuevamente hasta para vacunas. Era un suma y sigue continuado, año tras año, aterrando a la niña llegando a decirle que lograría meterme en la cárcel. Me veía obligada a presentar en varias ocasiones peticiones de emergencia en el Juzgado, el Art. 156 del Código Civil en situaciones de urgencia. El crecimiento de mi hija y su madurez se iban forjando a base de Violencia Vicaria sin castigar.  Tras meses de mucho sufrimiento, de noches sin dormir, de ver nuestra salud física y mental mermada, continuos episodios de shock en el centro educativo, donde tenían que llamar a la Policía Nacional, porque la niña, que ya se había convertido en una adolescente de 12 años, sin querer irse con su padre en las semanas alternas para el cumplimiento de la custodia compartida, cada lunes durante meses supuso la mayor crueldad  y maltrato al que me había visto expuesta: ver a mi hija llorar sin consuelo, faltándole el aire, gritando hasta quedarse sin voz, temblar de miedo, encerrándose en el baño o aferrándose en los brazos del equipo docente al que les suplicaba que la escucharan y protegieran.  

El miedo se apoderaba de ella cuando la Policía, a pesar de verla en el estado en el que se encontraba, la entregaban a su padre (al cual le faltaba tiempo para mostrar su placa y comenzar un compadreo con sus compañeros), porque así lo indicaba la sentencia, mientras me gritaba muy fuerte: – ¡mamá ayúdame, mamá no me quiero ir, mamaaaaaaaaaa!-

¡LA IMPOTENCIA ME INVADÍA!. Mientras él me miraba y se reía, al llevársela gritando y llorando… Ya no recuerdo (o tal vez mi subconsciente me autoprotege) la de veces que terminé en urgencias, con pastillas debajo de la lengua, sin poder ir a trabajar los días posteriores, sin poder hablar con la niña durante la semana, incumplir sus obligaciones y lo estipulado por sentencia (facilitar contacto diario), era su juego favorito. Lo único que estaba de mi mano era solicitar cambio de medidas y así lo hice, pero mientras la frustración de no poder hacer más me rompía el alma en mil pedazos.

Un lunes más, vuelvo a recibir la llamada de la directora del centro, haciéndome saber que la menor había llamado a la Policía. Salí corriendo hacia el centro, desde que me veían llegar, la Policía me identificaba, cuestionaban el porqué estaba allí, como si fuese delito ir en auxilio de mi hija. Me importaba poco lo que quisieran pensar o cuestionar, yo solo quería que por lo menos supiera que no estaba sola, que ahí estaba para ella, siendo la diana de los ojos sangrantes de su padre, de las amenazas e intentos de agredirme por la espalda la pareja del mismo, pero todo esto era insignificante ante el sufrimiento extremo y evidente de mi hija.  Este lunes resultó ser diferente, una actuación policial distinta, dos hombres y una mujer, esta última, (no olvidaremos su rostro, su mirada, ni su número de placa) se acercaba a mí, tras escuchar con atención a la niña y me decía: – tranquila, que no permitiré que a la niña le pase nada-, pero yo no la creía, había perdido toda la fe en la Policía, en la Justicia, era lo que suponía que debían hacer, PROTEGERLA, en vez de arrojarla a los brazos del padre sin ella querer, sin priorizar el bienestar y escuchar lo que pedía a gritos. No me podía creer lo que veía y escuchaba, aquella mujer policía se enfrentaba a sus compañeros y al padre de mi hija diciendo que la niña no se iba a ningún sitio en el estado que se encontraba, que, por encima de la sentencia en vigor, estaba el bienestar de la menor, que se le llevaría al centro de salud y a posterior a la UFAM acompañada por su madre, porque así lo solicitaba la menor. Yo no daba crédito, la niña corrió hacia mí, la abrazaba muy fuerte y trataba de tranquilizarla, mientras su padre amenazaba de forma intimidante y, a base de gritos, a la policía con denunciarla.  

Nos custodiaron hasta urgencias del centro de salud, atendieron y trataron a mi hija, con cuadro de ansiedad y estado de shock por maltrato psicológico reiterado y prolongado en el tiempo por parte de su padre, así lo especificó el médico en su informe, con medicación que le habían dado para estabilizarla. En ese preciso momento, me mira y dice:  – ya no aguanto más mami, quiero denunciarle- ,y así lo hizo, adjuntando informe médico y la declaración de la policía, la única que sí que veló y priorizó su bienestar, sin separarse de su lado, dándome aliento en muchos momentos, afirmando que no estábamos solas. En ese mismo momento, el ministerio fiscal se pronunció, interrumpiendo la sentencia en vigor, indicando que la menor se fuese con su madre hasta la celebración del juicio.   

El último juicio llegó, dictando sentencia el 24 de enero de 2022, devolviéndome la custodia y dando vía libre a que la menor decidiese si quería ir o no con su padre, siendo su decisión, sin que se le obligase. A esa vista, mi hija llevó una carta al Juez, el mismo que había dictado la sentencia anterior. Estoy segura de que no fue capaz de soportar su lectura sin que su conciencia se desmoronara, siendo el objetivo, según ella, conseguir que no le arruinase la vida a ningún/a menor más.  A día de hoy, casi dos años, el contacto con su padre es nulo, con mucha terapia y amor para sanar y transformar los traumas.    

                                                                                                                                                                                                                                                                                     

A día de hoy, profesionalmente, lucho para visibilizar y para que se condene la Violencia Vicaria (conductas dirigidas a los/as hijos/as con el objetivo de dañar, chantajear, intimidar, violentar etc.) con mayor firmeza. Dicha violencia está regulada en la Ley 1/2004, del 28 de diciembre, de medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, siendo importante dar visibilidad el hecho de no ser necesario que asesinen a tu hijo/a para que se esté ejerciendo la misma. Hay muchas formas de hacerlo, dado que es la única vía, única arma fulminante que tienen para tratar de destruirnos.

 ¡No estás sola, no te dejes vencer!

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