«Cómo me convertí en maestra de vocación » por Ángela María Suárez

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Yo no decidí ser maestra. La economía familiar no me permitió estudiar Biología, que en ese momento se hacía en la Universidad de La Laguna (ULL). Hoy estoy “agradecida” de que se dieran esas circunstancias.

    Debo mucho a las niñas y niños que a lo largo del tiempo han pasado por mi vida profesional. En primer lugar, porque gracias a ellos me convertí en una maestra de vocación. En segundo lugar, porque en unos momentos difíciles de mi vida, como es la superación de un cáncer, ellos fueron mis héroes. Día a día me dieron la vitalidad necesaria para seguir con mi vida normal. Creo que esa vitalidad que ellos desprenden nos hace respirar vida. Fueron mi terapia. 

    Mi  recorrido profesional -a lo largo de todos estos años- ha sido amplio, como supongo que el resto de compañeras y compañeros.

    Mi primer trabajo como docente fue en un colegio de la ciudad de Gáldar. Se dio la circunstancia, de que iba todos los días desde La Aldea, conduciendo con una pierna escayolada, a sustituir a un maestro con el brazo escayolado. El alumnado, como al pirata, me llamaba “pata de palo”.

    Como toda maestra que comienza, me tocaba ir “del tingo al tango”.

    En el año 2000, tomé posesión en la Escuela Unitaria de Tasartico, renovando durante siete cursos. Tasartico era, y es, un lugar paradisiaco, no solo por su belleza paisajística, sino también por la belleza, autenticidad y espontaneidad del alumnado. Impartía las dos etapas educativas, desde infantil de 3 años hasta sexto.  Allí aprendí a ser una verdadera maestra, al mismo tiempo que comencé una nueva andadura como directora. 

El día 30 de junio de 2009 fue un día muy triste. Se cerró la escuela por falta de alumnado para el curso siguiente. Recorrí con mi mente lo vivido durante los siete años pasados y sentí que no solo estaba vacía el aula, sino que yo también sentía ese vacío. 

Presenté un proyecto de dirección para el colegio de Tasarte y allí ejercí durante 4 años. En esa etapa, empecé a perder el contacto más directo con el alumnado, aunque el impartir el área de Música, era mi momento de distensión después de las tareas propias de la dirección.

Y de cargo en cargo, tiro porque me toca. Así llegué a la dirección del CEIP La Ladera. 

Caracterizándome por superar retos en mi vida, me encuentro en estos momentos con el que pienso que es el más importante, que es preservar la salud de toda la comunidad educativa del CEIP La Ladera durante esta pandemia, pero no solo la salud física, sino también la emocional.

Ahora nos toca aprender a interpretar día a día lo que el alumnado nos quiere decir con los ojos, con las palabras, con los gestos limitados y, a veces, hasta con sus silencios. 

No poder dar un abrazo, echar el brazo por encima, acariciar las cabecillas o tener gestos de complicidad… todo ello para recordarles que “les queremos, les comprendemos y estamos con ustedes…”, nos provoca ansiedad y congoja.

Quiero concluir este paso por los recuerdos a lo largo de mi carrera profesional, compartiendo con todas y todos, que, día a día, a pesar de las tareas burocráticas propias del cargo, siento la necesidad de centrarme en la faceta del liderazgo pedagógico, quizá sea porque de forma indirecta, sigo en contacto con el alumnado, sintiéndome una maestra de vocación.

Ángela María Suárez Espino 

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