María José Ferrero
Nací en el seno de una familia acomodada. Mi padre era un político respetado, una figura pública a la que todos admiraban. Desde niña sentí una profunda admiración por él; para mí era mi héroe. Sin embargo, mientras otros veían al político brillante, yo sólo quería a mi padre. Él vivía más de cara a la galería que hacia su propia familia y yo nunca me sentí identificada con ese mundo. Aunque tenía lo que muchos consideraban una vida perfecta, en mi interior siempre hubo una desconexión. Esa sensación me acompañó durante años, llevándome más tarde por caminos oscuros que jamás habría imaginado.
Mi vida estuvo marcada por relaciones tóxicas. Una tras otra, encontré personas que, en lugar de sumar, solo restaban. La vida, en su sabiduría, ya me iba enviando señales, pero yo no era capaz de verlas. Sin embargo, el golpe más fuerte llegó cuando conocí a mi verdugo, el hombre que no sólo me separó de mi familia, sino que me arrastró a 1.300 km de mi hogar, lejos de todo lo que conocía. Al principio, parecía que todo iba bien. La violencia era sutil, casi imperceptible, disfrazada de control y manipulación. Poco a poco, esas cadenas invisibles se fueron apretando hasta que, sin darme cuenta, ya no era dueña de mi propia vida.
El primer golpe, tanto literal como emocional, fue devastador. Recuerdo estar en la UVI, con cuatro costillas rotas, tras recibir mi primera paliza. No fue el único episodio de violencia. En otra ocasión, me golpeó brutalmente con un palo y, como si eso no fuera suficiente, me encerró en casa durante tres días. Tres días, sin comida, sin agua, con la pierna completamente destrozada. No podía moverme, atrapada no solo en mi cuerpo, sino también en esa casa que se había convertido en mi prisión. Me maltrataba delante de la gente, humillándome sin remordimientos. Y yo, por vergüenza, callaba y tragaba, porque me costaba admitir lo que estaba viviendo. Las heridas físicas se curaron con el tiempo, pero las del alma permanecieron mucho más, dejándome cicatrices profundas que tardé en sanar.
Llegué a un punto en el que la desesperación me consumió por completo. Ya no veía otra salida. Pedí ayuda a mi familia, creyendo que me abrirían los brazos, pero la respuesta que recibí fue más dolorosa que los golpes. Me dijeron que, si quería un plato de comida, me fuera a Cáritas y que si quería una cama, atracara una joyería para que me llevaran a la cárcel y así tendría cama y comida. Rota de dolor, tanto por los abusos como por el rechazo de mi propia familia, toqué fondo. Fue en ese momento cuando intenté acabar con mi vida porque sentí que no había esperanza ni para mi ni para mi futuro. Sin embargo, gracias a la intervención de la policía y el 112, hoy estoy aquí, con vida. Y puedo decir con absoluta certeza que nunca volveré a intentar algo así.
Después de aquel episodio, decidí denunciarlo y le pusieron una orden de alejamiento. Pero a pesar de esa protección, el miedo a enfrentarme sola a las deudas –de un restaurante que yo le había montado y que él utilizaba solo para irse de fiesta, dejándome en casa y acumulando cada vez más cargas financieras – me hizo caer de nuevo. Había perdido a mi familia, estaba sola, llena de pánico, con deudas y sin apoyo. Fue ese miedo el que me llevó a dejarle volver. Él prometió que cambiaría, y yo quise creerle. Sin embargo, la violencia no tardó en regresar. Unos meses después, un 3 de febrero que nunca olvidaré, puse la segunda denuncia, decidida a librarme de él y cortar todo vínculo que aún nos uniera.
Me quedé sola, sin saber cómo iba a sobrevivir, cómo pagaría un techo, cómo pondría comida sobre la mesa: las deudas eran abrumadoras, y sentía que no había salida. Sin embargo, fue en ese momento de absoluta oscuridad cuando encontré una pequeña luz. Desde niña, siempre había tenido una conexión especial con el mundo de la espiritualidad y la metafísica, y fue esa conexión la que me permitió reconstruirme. Con la ayuda de Sabrina, una psicóloga que apareció en mi vida en el momento justo, y a través de la Metafísica desde la Espiritualidad, logré sanar.
Fue un proceso largo, doloroso y difícil. Enfrenté mis demonios y dejé atrás las drogas y el alcohol, a los que esta persona me había arrastrado, llevándome a un abismo que nunca imaginé. No fue fácil, pero, poco a poco, fui reconstruyéndome desde las cenizas, renaciendo como una mujer nueva. Hoy soy más fuerte que nunca. No soy la víctima que la violencia de género quiso hacer de mí; soy una mujer completa, resiliente, que ha aprendido a abrazar la vida con todas sus luces y sus sombras. Y este renacimiento no hubiera sido posible sin el apoyo de la familia del alma que encontré aquí. Gracia, Noa, Judith, Pedro Jorge y Magnolia: vosotros sois la familia que mi propia sangre me negó. También quiero agradecer a mi hija Lucía, quien, a pesar de las dificultades que hemos vivido en el camino, es y siempre será alguien profundamente importante en mi vida. Gracias a cada uno por ser mi pilar y mi refugio.
Ahora mi misión es ayudar. Doy charlas en Unidades de Igualdad y en Institutos, compartiendo mi historia para que otras mujeres que se encuentren en situaciones similares sepan que hay una salida. Porque, aunque el camino sea oscuro y doloroso, siempre hay esperanza. Si yo pude salir de una vida desestructurada, cualquiera puede hacerlo. MI historia no es solo mía, es un testimonio de que, con fe y fortaleza, podemos superar incluso los obstáculos más grandes.
Te invito a leer mi libro “Superando las Sombras para Abrazar la Vida”, donde encontrarás con detalle mi historia y cómo logré reconstruirme desde lo más profundo. También puedes seguirme en Instagram en @mariajosescribe y en tik tok @SuperandoSombras2 donde comparto mensajes de superación y empoderamiento que nacen desde lo más profundo de mi alma. Porque, aunque la vida te golpee y el dolor parezca insuperable, siempre hay una salida. Siempre hay una luz al final del túnel, una esperanza que nos llama a seguir adelante. Si yo pude encontrar mi camino en medio de la oscuridad, tú también puedes. No estás sola. La vida puede renacer, y ese poder también está en ti.
RECUERDA: SI YO PUDE, TÚ PUEDES. NO PERMITAS QUE EL MIEDO TE ROBE TUS SUEÑOS. LA ESPERANZA DE UNA VIDA PLENA Y EN PAZ, ESTÁ MÁS CERCA DE LO QUE IMAGINAS; DENTRO DE TI, ESTÁ LA LLAVE PARA ABRIR ESA PUERTA.