Itziar Sánchez Barbero
Mi nombre es Itziar, y con apenas 20 años conocí uno de los lados más oscuros del ser humano y escribo esto para contar como casi me cuesta la vida querer a la persona equivocada.
Desde la publicación de mi libro Alas de una guerrera, he recibido mensajes de muchas mujeres que, al leer mi historia, han encontrado el valor para hablar y pedir ayuda. Saber que mi historia ha tocado otras vidas, me ha dado fuerzas para seguir luchando por la visibilidad de esta realidad.
El silencio ha sido el mayor cómplice en las historias de violencia de género. Hoy quiero contar la mía, no para revivir el dolor, sino para dar voz a quienes aún no han podido hablar. Y lo más importante: sí, se puede salir de algo así y volver a ser feliz.
Lo que comenzó como una relación prometedora, muy pronto se transformó en una espiral de control, miedo, abuso emocional y físico. Sin embargo, como muchas mujeres en situaciones similares, estaba atrapada en un ciclo que no sabía cómo romper. Esto es algo que muchas personas no son capaces de entender y es que es muy complicado para quien lo vive ver la realidad de la situación.
En mi caso, este “ser” fue moldeando mi cabeza y mi vida en general a su gusto y deseo, de tal manera que lo único que podía percibir yo de él es que quería protegerme y ayudarme a ser mejor persona cada día. Me convenció de que lo mejor era no relacionarme con hombres, dejar atrás a mis amigas, dejar al fondo del armario ciertas prendas de ropa, no salir de casa ni tener otra vida que no fuera él. Hacer cualquier otra cosa que no fuese seguir sus directrices era un motivo de discusión que acababan conmigo cediendo a todo, pues temía que algún día cumpliera con sus amenazas dañando a todo el entorno que tuve que dejar atrás.
La realidad es que en muchas ocasiones a ese miedo le cegaba el amor, un amor, sin duda, equivocado y no correspondido.
Cada día era una batalla entre el miedo y la esperanza. Cada grito, cada ataque, cada humillación, me alejaba más de la persona que alguna vez fui. Las palabras que antes me hacían sentir especial comenzaron a ser armas que minaban mi autoestima. Hay cicatrices que no se ven, pero que pesan más que cualquier herida física.
Lo más difícil no fue soportar el dolor, sino encontrar la fuerza para decir “basta”, para descubrir que merecía algo mejor, y para finalmente salir de las sombras en las que me hallaba.
El día que toqué fondo fue cuando me di cuenta de que no solo estaba perdiendo mi dignidad, sino también mi vida. Necesitaba escapar, por mí y por las personas que me quieren.
Nunca dejaré de nombrar en esta historia a la amiga que movió la ficha más importante para poner fin al calvario que estaba viviendo. Siempre me preguntan cómo salí de las garras del “ser” si yo no era capaz de ver lo que estaba sucediéndome. Aquí tu entorno juega un papel muy delicado, con cualquier movimiento pueden conseguir salvarte, como fue mi caso, o
alejarte por completo, algo muy peligroso. La manera en la que actuó mi amiga fue la que me salvó la vida en el momento justo.
Acudió a la Guardia Civil y puesto que ella no pudo denunciar la situación en mi nombre, le aconsejaron hablar con mi familia y contarles todo lo que sabía, pues era el único hilo del que quedaba por tirar. Mi familia acudió al centro de la mujer, me aislaron de esa persona e hicieron de sus cuerpos un auténtico escudo, que hasta el día de hoy me ha protegido y guiado hacia el camino correcto.
Salir no fue fácil. La libertad es a veces aterradora cuando has vivido en la jaula del maltrato. Pero cada paso, cada pequeño logro, me recordó quién era yo realmente.
Sanar tampoco fue nada fácil. La terapia, el amor y el tiempo fueron las herramientas más poderosas para ello. No voy a engañar a nadie, es algo que nunca olvidas y te persigue en tu recuerdo cada día de tu vida, pero con dichas herramientas cada día consigo evadir y apartar mi historia de violencia volviendo a ser feliz.
Hoy soy testimonio de que el amor propio y la fortaleza interna son más poderosos que cualquier agresión. Si estás leyendo esto y te identificas con mi historia, quiero que sepas que no estás sola. Contar nuestras historias es una forma de luchar. Cada voz cuenta, cada historia compartida puede salvar una vida.