Por Julia Rodríguez Morales (Artenara)
“Si volviera a nacer, volvería a ser maestra, y a poder ser de una escuela rural”, puede ser la frase que defina mi vida profesional. Y ahora, con la perspectiva del tiempo, me doy cuenta que ya desde mis comienzos en la profesión estaba ligada a escuelas pequeñas, esas que guardan un encanto especial.
Mi primer destino profesional fue una pequeña escuela en La Graciosa. Quién me lo iba a decir a mí, que 23 años después, seguiría en un cole con dos aulas, poquitos niños e incluso alguna similitud. Allí los días de mala mar era imposible salir o entrar y aquí los días de mal tiempo también me es difícil llegar…
Después de La Graciosa, pasé por diferentes colegios, algunos de ellos rurales como el CEIP Ojero, en Teror o el CEIP Mararía, en Femés, Lanzarote. Hasta que en el curso 2010/11 el destino me hizo aterrizar en Artenara. Aún recuerdo aquel día, con mi hijo en el coche recibo la llamada de mi hermana, quien me dice: “Te tocó en Artenara, no sé si es bueno o malo”. A día de hoy, a cualquier persona cuando le digo que trabajo en Artenara se lleva las manos a la cabeza. Aunque mi instinto, en aquel momento, me llevó a buscar en el mapa, situar, conocer la superficie del municipio, es decir, investigar.
Pero lo más importante y lo que no aparece en ningún libro o página web, es lo que encontré cuando llegué. Un pueblo volcado, unas familias que te reciben con los brazos abiertos, unas instituciones que te abren las puertas y te ayudan en todo lo que pueden, los empresarios del municipio, el párroco… en todos y cada uno de ellos encuentras una mano tendida y una palabra de apoyo en los momentos más duros.
Y para mí, lo más importante: los niños, mis niños. Unos pequeños que crecen arraigados a su municipio y son capaces de transmitírnoslo a los que llegamos de fuera y tenemos unos añitos más. Ellos tienen unos valores que son difíciles de encontrar en colegios grandes. Son una pequeña gran familia. Unos se sienten responsables de los otros protegiéndose mutuamente. A mí siempre me gusta decir que, en las escuelas rurales, pasan de la familia a un núcleo más amplio, como es el colegio, pero igual de familiar.
Un espíritu de familia, que se ve más fortalecido ahora. Hemos pasado tiempos difíciles para todos, pequeños y mayores, pero ahora, en sus caras se ve reflejado el deseo de verse, de compartir tiempo juntos, de jugar y de volver a disfrutar.
Son muchos los años, los días y los momentos compartidos, pero en mi memoria siempre quedarán esos pequeños gestos… las sonrisas, los abrazos y alguna que otra trastada, eso es lo que le da sentido a mi profesión y lo que me hace mantener la ilusión.
Y… es ahora, cuando descubro mi “pequeño secreto”, como ustedes saben cada funcionario tiene una plaza fija, la mía no es aquí, en Artenara, es en Telde, pero mi corazón y el destino me han dado la oportunidad de estar aquí, en una escuela pequeña, con un encanto especial, en la que ver cómo cada día y año van creciendo los que siempre serán mis niños.