Raquel del Valle
En España, la violencia de género continúa siendo una de las principales preocupaciones de derechos humanos. A pesar de haber dado pasos legislativos hacia su erradicación, siendo un país pionero en aprobar en 2004 la ley de medidas de protección integral y prevención contra la violencia machista, las desigualdades ante el poder social, familiar, económico, político, simbólico y cultural son las bases sobre las que se sostiene la desigualdad de género.
A menudo me encuentro en mis asesorías con mujeres que han perdido la confianza en el sistema judicial. La revictimización que ocasiona este proceso penal ha contribuido definitivamente a soterrar un alto porcentaje de la realidad de esta violencia, disuadiendo a las víctimas de denunciar o a volver a hacerlo en caso de que sea necesario.
Nos encontramos ante una escasa atención letrada adecuada, tratos irrespetuosos cargados de estereotipos, la nula diligencia en las investigaciones, un alto porcentaje de sentencias absolutorias, a consecuencia de la dispensa de la obligación de que la víctima declare en un juicio oral. Así lo señala la Fiscalía General del Estado en su Memoria 2020, teniendo una incidencia perversa que produce sensación de impunidad.
No quiero entrar a hablar de las preocupantes cifras, que ascienden cada año, porque a veces nos olvidamos de que no somos números, sino personas. De hecho, ni tan siquiera creo en las estadísticas, porque no recogen los casos que no se denuncian y se viven en silencio. ¿Por qué no se habla de esto? Porque es más fácil mirar para otro lado, tanto por la parte de la víctima ante la negación de la realidad, como la falta de implicación de su entorno y los testigos. Existe una indefensión aprendida y sobre todo mucho miedo. Sí, miedo a perder la vida, a la violencia vicaria, en definitiva, a las consecuencias. Incluso aún en los pueblos se teme al famoso “qué dirán”. Es por ello que se ha llegado al punto de crear recursos, como el código “Mascarilla-19”, para que cualquier mujer en situación de riesgo o peligro físico, psicológico o sexual pueda acudir a una farmacia, quién realizará una llamada tras recibir esta señal, alertando a los servicios de emergencia. Contamos con herramientas innovadoras y algunos profesionales comprometidos, aunque las leyes de violencia de género deberían endurecerse y también adaptarse a la realidad actual.
Los centros de servicio de atención a las mujeres están desbordados y las asociaciones para víctimas de violencia de género, también. En mi bandeja de entrada recibo una media de seis solicitudes de orientación jurídica gratuita a la semana. Todas ellas tienen algo en común, un corazón empático y el haber estado en el momento injusto en el lugar inadecuado.
“Estaba en el coche con mi pareja y comenzó a meterme la mano por la camiseta, yo lo consentí porque sabía que si le paraba íbamos a tener una bronca y me iba a dejar tirada allí. No tenía como volver a casa”.
“Quiero denunciar las agresiones que me ha hecho y que no pueda hacerle lo mismo a otra mujer, pero es un hombre con muchas influencias. Si lo hago puede que termine perdiendo yo”.
“A media noche comenzó a tocarme. Yo no quería y se lo comenté. Me castigó desvalorándome físicamente y sin tener relaciones durante varios meses. Me afectó a la autoestima”.
“No tengo pruebas de que me haya maltratado psicológicamente. Nadie me va a creer”.
Estos son solo algunos de los testimonios que escucho a diario. La misma historia, el mismo perfil de persona y un nexo común, el miedo a la incertidumbre y el desconocimiento colectivo ante una violencia machista, que nos pasa por encima estrepitosamente. La educación sigue siendo y será la raíz donde debemos seguir echando insecticida para acabar con esta lacra social. El acceso a la pornografía en edades tempranas; sexismos y rasgos patriarcales; la aceptación de la violencia en el entorno y la falta de valores son solo algunos de los innumerables ingredientes que conforman el caldo de cultivo perfecto de la violencia contra la mujer.
Y es que ni siquiera nos paramos a pensar en el lenguaje que utilizamos a diario de forma inconsciente, a través de expresiones como: ¡cojonudo! y ¡qué coñazo!” en el que los genitales masculinos y femeninos denotan emociones equidistantes. A estos pequeños, pero a la vez enormes detalles, no se les da importancia y quienes los sacamos a la luz somos tachadas de feminazis. De hecho, resulta imprescindible destacar que, la desinformación social lleva incluso a entrar en un estado de confusión entre el feminismo y el machismo, que introduce ambos términos en el mismo envoltorio. Destaquemos entonces tres términos que resultan imprescindibles:
Feminismo: es un movimiento que busca eliminar cualquier forma de discriminación ante las mujeres y lograr la igualdad ante las personas.
Misandría: odio al hombre por ser hombre. Conocido vulgarmente en la actualidad como hembrismo o feminazis.
Machismo: actitud de prepotencia de los varones respecto a las mujeres.
No se trata de demonizar a los hombres y de cargar los cañones contra el género opuesto, sino de una lacra social que debemos combatir juntos. Todos tenemos un granito de arena que aportar. Yo no dispongo solo de mis armas jurídicas, que pongo a disposición a favor de todas aquellas mujeres que quieran defender sus derechos, sino que también organizo las charlas TEDxWomen en Tenerife, que visibilizan el papel de la mujer en la sociedad y en el mundo empresarial. Si me preguntan por qué me dedico a ello y las entiendo tanto, la respuesta es desgarradora a la par de contundente: desde hace más de un año y a partir de ahora, en mis eventos queda una butaca vacía por culpa de la violencia de genero.
Por ti, por mí, por todas.