Por Benjamina Suárez Vega (Tejeda)
No hallaba las palabras cuando me dispuse a escribir este humilde recuerdo. Pretendía ser una extensa semblanza, pero por sí sola habla la mirada robusta de estas nuestras mujeres eternas.
Hoy a “mis” mujeres rurales quiero recordar; esas que arrojaron la semilla de la lucha, el valor, el trabajo, la sabiduría, la resiliencia, la templanza. Esas que tejieron una amorosa telaraña.
Me gustaría evocar, con este tímido homenaje, a esas grandes mujeres que, habiendo mamado de los frutos que el campo ofrece (en su paisaje y en su paisanaje), supieron heredarlo a su prole, haciendo inusitados malabares.

“Mis” mujeres partieron a la ciudad, pero en sus venas nunca se detuvo la impronta de lo rural. Ellas, las que ya partieron, ahora dibujan una constelación de

infinita estela y dirigen los pasos de sus orgullosas generaciones. En ellas nos miramos; a ellas agradecemos y admiramos.
A esas mujeres y hombres, auténticos sabios de la tierra, hoy más que nunca, quiero rememorar.
In memoriam
Las figuras del campo sobre el cielo!
Dos lentos bueyes aran
en un alcor, cuando el otoño empieza,
y entre las negras testas doblegadas
bajo el pesado yugo,
pende un cesto de juncos y retama,
que es la cuna de un niño;
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas
arroja la semilla.
Bajo una nube de carmín y llama,
en el oro fluido y verdinoso
del poniente, las sombras se agigantan.
Campos de Soria (IV)
Antonio Machado