MI SONRISA, UNA CURVA MUY SANA

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Laura Pol

  Hace 50 años, cuatro de agosto, a las siete de la tarde, en la clínica del Pino, llegaba a este mundo. Nacía ya con una responsabilidad importante, cubrir la ansiosa búsqueda de mi abuela paterna, por tener una niña. Mis padres, decidían inscribirme con el nombre de mis dos abuelas. Esa decisión, fue sabia y la agradezco, pues me siento muy orgullosa que sea así. Mi madre era una mujer canaria, tranquila, generosa, solidaria, de las que se etiquetaban “ama de casa” o “sus labores” ¿a que suena lejano, este tipo de etiquetas?. Pues no se crean. 

     Mi padre, era un hombre gallego, que trabajaba en el puerto, su vida eran los barcos, arreglando motores, apasionado de la lectura, familiar, contador de chistes y con carácter. Sé que él me hacía reír, yo no lo recuerdo, era muy chiquita, pero las fotos, me lo cuentan.

   En 1977, nacían los mellizos, hembra y varón, mis hermanos. ¡Qué responsabilidad, era la “hermana mayor”!  Aunque no sabía lo que el destino me guardaba, para ser valiente y comprender que la unión en familia es muy importante. 

  No les he contado, que, desde niña, la risa me acompañaba, me encantaba ver “Heidi”, me sentía identificada con esa niña risueña, que reía a carcajadas y cantaba a pleno pulmón. 

   El colegio era de turno partido, veníamos a almorzar a casa, y me encontraba que Papá siempre estaba serio, enfadado, nos gritaba, no podíamos articular palabra, porque el tenía que escuchar las noticias, aquello parecía el cuartel militar.  Y llegó un nuevo miembro a mi hogar, el Señor Don Alcohol, se instauró, dominaba a mi papá. Parecía magia, pero cuando ese “señor”, no estaba, se podía hablar, reír y cantar, pero cuando volvía a meterse en mi padre, el miedo, el silencio eran los reyes de nuestra casa. Cuando de noche, discutía con mamá, yo cerraba la puerta de mi habitación, grabando en un radio/casete, esas conversaciones con alzamiento de voces, por si venia la policía, no se llevaran a mi madre, tampoco a mi padre, era Don Alcohol, que se lo llevaran urgente. Miraba a mi hermana, que dormía plácidamente y eso me daba tranquilidad, yo, aunque parecía valiente, era muy miedosa y me metía con ella en su cama. Al final, estábamos juntas.

  Pasaron los años, mientras esta adicción, se comía a mi padre por dentro, yo sentía que no tenía papá, que cuando tenía un problema, tenía que contárselo a mi mamá, la figura paterna, ¡es tan importante!.

  En el colegio, yo cantaba, era mi refugio, incluso iba los fines de semana, para compartir con las religiosas de las Salesianas. Era mi escape, aunque yo tenía el primer proceso de cambio, me llegaba la menstruación con tan solo ocho añitos. Y de repente, seguía siendo la misma niña emocionalmente, pero “debía” comportarme como una señorita. Pasaban los años y reconozco que mi actitud positiva, con ganas e ilusión, era una característica que definía mucho mi carácter. No dejaba que las circunstancias familiares empañaran mis momentos de felicidad.

    A pesar de que, en el horario escolar, yo era feliz. No entraba en los cánones de belleza establecidos, siempre fui diferente, con kilos de más, y comenzaron los “gordas”, esas etiquetas con desprecio, que, además, también escuchaba en mi ámbito familiar y una vez más, no deje que me apagaran la sonrisa. Yo me miraba en el espejo y me veía tan guapa. ¡Jajajaja!, no por ego, era que mi autoestima se forjaba a base de madurez impuesta por el entorno. 

   Desde muy jovencita, conocí al que sería mi marido, era el año 1988, catorce añitos tenía, después de diez años de novios, de compartir etapas escolares, momentos familiares e impactos de la vida muy dolorosos, nos casamos. Entonces, me doy cuenta que él, trabajador, buena persona, pero con una mentalidad algo anticuada, con un patriarcado muy marcado. Es cierto, que mientras fuimos solteros, mantuvimos una relación tóxica, los celos, eran frecuentes. Por ambas partes, pero al casarnos, mientras yo trabajaba, siempre existió, la diferencia de que su labor profesional, era más importante que la mía. Si yo quedaba en el paro, la cuestión es que era una mujer “mantenida”. Mi autoestima, se volvió frágil, mi sonrisa apretaba por salir. Y entonces, nace mi hijo, ahí se me complicó aún más la situación, tenía que quedarme, la que debía organizar el tiempo para la casa, niño, estudios, o trabajo era yo. Después de todo, tenía que comprender que él, ganaba más que yo. Fueron momentos, muy duros, donde las familias incluso opinaban, sin saber. En el año 2016, tuve la gran suerte, de salir de mi zona de confort, luchar contra mis miedos, dejar a mi hijo, al cuidado del padre.  Y logré especializarme como Perito Judicial en Violencia de Género. Cuando me quise, me di mi lugar, me cuidé, regresó esa amiga mía que siempre me acompañó, mi eterna sonrisa. La autoestima, se consolidó y comprendí que debía cambiar las relaciones, desde el aprendizaje.  Actualmente, me dedico a orientar a toda persona que necesite inteligencia emocional, pautas para no tolerar la violencia. Educar en Igualdad. Porque creo fielmente, que la educación es la única vacuna contra la violencia y la ignorancia.

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