Por Pepi Ruiz Sosa (Tejeda)
Me llamo Pepi, tengo 45 años, soy madre de dos hijos y trabajo en la hostelería.
Tuve una niñez muy bonita y feliz en El Carrizal de Tejeda, jugando con mis amigas a las actividades más comunes de las niñas, como las casitas o muñecas… Recuerdo que, en verano, siempre venían más familias y, con ello, tenía más amiguitas para jugar.
Cursé mis estudios básicos en el colegio unitario del barrio y fui de la última promoción, pues el colegio cerró en 1989. Desde entonces, sigue ahí, pero no tiene uso educativo, sino como local social en las fiestas, carnaval, fin de año o si algún vecino quiere celebrar cumpleaños. La realidad es que no hay niños suficientes que justifique su funcionamiento. De hecho, ahora mismo los únicos niños son mis hijos y estudian en Tejeda, lo que les ocasiona las molestias del traslado diario, que es duro para ellos, sobre todo por las inclemencias del tiempo. En fin, la vida en el campo y en la lejanía de este barrio tiene sus inconvenientes.
Durante el confinamiento, el cierre del bar supuso mi retorno a la agricultura, en la que también trabajé desde pequeña. En ese periodo, me dediqué al cultivo de las tierras que mis padres poseen en El Carrizal. Y la verdad es que me relaja mucho e, incluso, lo compatibilizo con el bar cuando puedo. El trabajo en la agricultura me da paz y serenidad, debido al contacto directo con la naturaleza, pues me ofrece la ocasión de oír los cantos de los pájaros o el silencio en estos barrancos tan hermosos de Gran Canaria.
El proyecto del bar ‘El Cairete’ fue originariamente de mi madre que, como autónoma, pudo así cotizar el tiempo necesario para tener derecho a una pensión de jubilación. Con ello, ayudaría a la escasa economía familiar, pues la agricultura a la que se dedicaba su padre no era suficiente.
Desde joven, tuve que trabajar y los fines de semana tenía que atender en la barra del bar ‘El Cairete’ desde los 18 años. Siempre fui la cara visible del bar, dado que mi madre se ocupaba de la cocina y yo, de atender en la barra. Con el tiempo, he asumido todo el trabajo, pues mi madre ya se jubiló desde hace 11 años. Sin embargo, el bar no da rendimiento suficiente para contratar a nadie más, por lo que asumo el riesgo y los beneficios de este negocio.
De hecho, salvo los fines de semana o festivos y, sobre todo en tiempos de lluvia y/o frío, que es cuando más visitas tengo, el bar es, como dice un amigo mío, el club social del barrio El Carrizal de Tejeda, porque es donde se reúnen los mayores a hablar, tomar una copa y jugar a las cartas.
La única excepción mencionable es la época de las fiestas a mediados de julio. Entonces, asisten muchas personas que habitualmente no viven aquí pero que provienen de la zona o tienen a sus mayores en el barrio. Lo cierto es que el pueblo se llena de gente, de alegría y festejo.
Mi proyecto actual es continuar con el negocio familiar. Estoy muy orgullosa de haber continuado con él; promuevo su renovación, cambiando la estética y remodelando sus servicios, con vistas a hacerlo más atractivo a los clientes. El continuo trabajo y experiencia acumulada de tantos años (ya son 27), me han hecho desarrollar competencias que, en otro caso, no tendría y, por eso, me enorgullece el trabajo. Me refiero a la capacidad de gestionar un negocio, organizar desde lo más nimio hasta lo más importante, y tomar decisiones que, a veces, no son fáciles; al tiempo que he adquirido fluidez en la atención a los clientes, para dar un buen trato y servicio. Intento siempre tener una sonrisa en la cara al recibir a todo el mundo, mostrando cariño con los clientes de toda la vida, así como trato cercano y cordial con los nuevos.
A esto se une que mis padres son mayores y, al vivir con ellos, me siento más atada a El Carrizal, barrio en el que la escasa población es mayor y creo que mi permanencia en el barrio no solo aporta un servicio, sino también a nivel humano entre los habitantes.