Por Olga Valiente,
Nací el 4 de junio de 1986 en Las Palmas de Gran Canaria, lugar donde viví hasta los doce años. Hasta entonces, lo que más recuerdo son las tardes que pasé jugando con mis primos en el bloque de mi abuela, las conversaciones con mis amigas creyéndonos ya mayores, las llamadas de teléfono de mi abuelo …
En esa época, además de jugar y estudiar, me encantaba bailar, por eso mi madre me apuntó a clases de ballet y de baile moderno, además de inglés, costura, cestería e informática. Supongo que mi amor por los cambios, y las ganas de aprender de todo un poco, nacieron en esa etapa, en la que me sentía una niña feliz y curiosa.
Mi hermana llegó cuando yo tenía cinco años, y verla crecer hizo que, además de darme cuenta de cuán diferentes pueden ser los hermanos aun viviendo bajo el mismo techo y recibiendo la misma educación, naciera en mí un instinto protector que a día de hoy sigo teniendo con mis amigos, mi pareja y mi hija.
Tal y como comenté, a los doce dejamos la capital y nos mudamos a Sardina de Gáldar. Al principio me ilusionaba la idea de vivir en un lugar costero y hacer amigos nuevos. Sin embargo, me encontré con un círculo de niñas y niños que llevaban años juntos y, por mucho que lo intentara, nunca sentí que perteneciera al grupo, pese a las tardes que pasé con ellos en el barrio y en la playa.
El último verano de secundaria marcó un momento crucial en mi vida: mi padre se marchó a trabajar a Fuerteventura y mi hermana y yo tuvimos que pasar los tres meses de verano viviendo en Tarajalejo, donde no conocíamos a nadie. Esa soledad se me hizo pesada y distinta a todo lo que había vivido antes y fue gracias a los libros que logré pasar los meses sin pensar mucho en los amigos que tanto me había costado conseguir y que había dejado en Las Palmas.
Ese fue el primer gran empujón que me impulsó a buscar mi lugar, a encontrarme a mí misma y a no tener miedo a vivir y a probar cosas nuevas. Así que cuando me tocó escoger instituto, decidí no ir a Gáldar ni a Barrial, sino a Guía. Supongo que mi necesidad de cambio volvió a hacer acto de presencia y necesitaba un ambiente nuevo, rostros distintos y retos diferentes a los que enfrentarme con ilusión y valentía.
Fue una etapa maravillosa y llena de aprendizajes: hice buenos amigos y amigas, me enamoré por primera vez sin ser correspondida (¡qué intensidad sentimos a esa edad!) y gané una beca de verano para estudiar en Worcester (Inglaterra), donde conocí a gente de toda España. Y, además, fue donde comenzó mi amor por la escritura. Al principio escribía pequeñas adivinanzas y poemas para la revista del instituto, luego redacciones sobre mi vida y, después, canciones para el concurso de murgas de mi clase.
Al acabar, quise estudiar Medicina. Lo tenía todo preparado, había sacado la nota que necesitaba en la PAU e, incluso, tenía preparada la matrícula en la Facultad de Ciencias de la Salud en la Universidad de La Laguna, en Tenerife. Sin embargo, la noche antes de comprar el pasaje para visitar la residencia en la que me iba a hospedar, tuve un sueño muy vívido donde me veía vestida de enfermera, cuidando pacientes. Fue tan real que, al día siguiente, anulé todo y me inscribí en la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria para estudiar Enfermería.
Por un lado, aquello supuso un alivio económico para mis padres. Siempre estuvieron trabajando para que a mi hermana y a mí no nos faltase de nada, pese a haber estado siempre de allá para acá en casas de alquiler sin posibilidad de comprarse una casa propia hasta bien entrados los años. Por el otro, enfermería acabó siendo el primer paso hacia el destino que realmente me pertenecía.
Entre 2004 y 2007 cursé mi diplomatura. Fueron 3 años intensos de estudio, fiestas, amistades y crecimiento personal. Dejé a mi novio adolescente y conocí a quien sería mi pareja durante diez años. Con él me independicé, viajé y formé amistades sólidas, de esas que te acogen como familia, que te convierten en madrina de boda y de sus hijos. Sin embargo, con el tiempo, cada uno tomó caminos distintos.
No me costó admitir que nuestro ciclo en común como pareja había terminado y, teniendo en cuenta que siempre he preferido el cambio antes que quedarme anclada en un lugar, aferrada a algo o a alguien, me encaminé hacia una nueva vida con la esperanza puesta en encontrar mi centro, mi lugar y mi paz interior.
Por aquella época trabajaba como enfermera de urgencias y, en mis ratos libres, además de viajar y disfrutar con amigos, investigué, aprendí fotografía y me lancé a viajes improvisados, cámara en mano, con gente a la que apenas conocía. Subí el Teide caminando, me atreví con el snowboard y viví la aventura que me cambiaría la vida y la mente: casi un mes recorriendo Tailandia con mi mejor amigo y una simple mochila a la espalda. Esa experiencia me llenó de historias que siempre quedarán en mi memoria.

Fue poco después cuando conocí al que sería el padre de mi hija. Enseguida supe, sin saber muy bien por qué, que quería ser madre, deseo que se cumplió el 14 de febrero de 2019. El nacimiento de mi pequeña me transformó por completo: se convirtió en mi prioridad absoluta, en el motivo de todas mis sonrisas y cada una de mis lágrimas, en mi maestra de vida… Lástima que, pese a los intentos, su padre y yo no lográsemos encauzar la relación y acabásemos separados tres años después. Aun así, le estoy profundamente agradecida porque, sin él, nunca habría llegado a mi vida el amor más grande y verdadero que he conocido nunca.
Esa ruptura marcó el inicio de mi despertar espiritual. Empecé a meditar, a formarme en reiki, a conectarme cada vez más con la naturaleza y conmigo misma y a tomar consciencia de mis pensamientos y emociones. Dediqué mis años de soltería a mi autocuidado y a criar a mi hija lo más fuerte e independiente posible, repitiéndole cada mañana lo guapa, inteligente, fuerte y valiente que es. Creo firmemente en el poder que ejercen las palabras en nuestra autoestima a la hora de forjar una mujer segura de sí misma y preparada para conseguir todo lo que se proponga.

Hace pocos meses conocí a alguien muy especial: a Jorge, quien, sin darme apenas cuenta, se ha convertido en el mejor compañero que he podido desear. Me apoya en todas mis decisiones, me escucha y me recuerda cuándo es necesario aterrizar y cuando volar sin peligro. Sobre todo, cuando mi mente revolotea buscando nuevas alas. Ama a mi hija como si fuera suya y juntos estamos creando un hogar lleno de complicidad y ternura.
Él ha sido mi mayor apoyo en la aventura de escribir mi primer libro, “Aquello en lo que nadie cree, pero de lo que todo el mundo habla”, proyecto que nació de mi necesidad de expresar mis reflexiones más profundas sobre la vida, la espiritualidad y los misterios que nos rodean a través de historias reales vividas en el hospital en el que tantos años trabajé.

En noviembre de 2023 dejé la enfermería asistencial y me incorporé al Servicio de Admisión. Fue un reto que asumí con ilusión y un paso para demostrarme, una vez más, lo luchadora que soy y la capacidad que tengo para alcanzar mis metas. En octubre de 2024 pasé a formar parte de la Unidad de Gestión de la Dirección de Área de Salud de Gran Canaria, donde trabajo actualmente. Me recibieron con los brazos abiertos y estoy inmensamente agradecida por la oportunidad. Ahora dispongo de más estabilidad y paz mental, lo que me permite disfrutar a tope de mi hija, escribir relatos cortos cada semana para un periódico digital, colaborar en un programa de salud en la radio y participar en eventos literarios que me han llevado a conocer a personas muy interesantes.
Hace un mes, el 1 de febrero, publiqué mi segundo libro, “7 vidas para un pecador”, tras haber rescindido el contrato de autoedición de mi primera obra. Esta segunda publicación significa un nuevo comienzo en mi faceta literaria, un camino que no solo me apasiona, sino que también me invita a reflexionar, compartir y conectar con otras personas a través de las palabras.
Estoy segura de que cada paso, cada decisión y cada aventura me han convertido en la mujer que hoy celebra este 8 de marzo.
Soy Olga Valiente, y en este Día Internacional de la Mujer comparto mi historia para invitar a todas las mujeres a que confíen en sí mismas, a que se atrevan a reconocer cuándo algo no funciona y a perseguir su lugar en el mundo. He aprendido que la clave está en la valentía para cambiar, en el amor propio y en la fe de que siempre podemos encontrarnos a nosotras mismas en medio de la adversidad. Que cada nueva etapa no sea vista como un obstáculo, sino como una oportunidad para transformarnos.
Hoy, 8 de marzo de 2025, celebro mi camino y, con él, el de todas aquellas mujeres que siguen adelante con determinación. Nos merecemos cambios, sueños, logros, resiliencia y amor. Y, sobre todo, nos merecemos ser nosotras mismas, siempre.