“Las mujeres desconfiaban del sistema en general y en especial del policial y judicial”

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AUXILIADORA DÍAZ VELÁZQUEZ

Me dijeron que les contara un poco sobre mi vida y mi carrera profesional. Soy Auxiliadora Díaz Velázquez, magistrada de Violencia de Género. Nací en Gran Canaria hace ya unos cuantos años. A los cinco, fui a vivir al barrio de La Paterna. Me eduqué en un colegio de monjas de la época y lo que solía ver, a mi alrededor, no cuadraba con la sociedad que yo quería para mi futuro. Cuando tenía 10 años, mis padres fallecen y eso supuso un ante y un después. Mi casa estaba dirigida por dos mujeres maravillosas que nos cuidaban y nos alentaban a estudiar.

Éramos 5 hermanos y yo era la única niña, gracias a mi tía Milagrosa y a mi abuela Agustina, soy la mujer que soy a día de hoy. A partir de ese momento, mi vida cambió completamente. Con 12 años, asumía responsabilidades de adulta y me convertí en cuidadora, ya que mi abuela enfermó. Ya en esos tiempos, pude observar que ser mujer no era una tarea fácil, sino todo lo contrario. Recuerdo, por ejemplo, querer intervenir en reuniones cuando era adolescente y decían: “anda niña, tú que sabrás de eso” o “En boca cerrada no entran moscas o calladita estás mejor¨. Sin olvidar todo aquello que tenía que ver con la biología, cosas tales como: “si tienes el periodo, no hagas mahonesa porque se te corta seguro” o “no te acerques al vino que se agría”, cuando iba a las bodegas en San Mateo…

Desde siempre a nosotras se nos ha encargado de los cuidados, solo por tener hijos, venía impreso en el ADN, y si hacías lo que te marcaba la sociedad, que era ser buena madre y esposa dedicada a tus hijos, el sistema patriarcal te protegía, pero no si eras una mujer independiente y profesional.  Todavía hoy en día, se nos sigue cuestionando: si eres buena profesional, eres seguro mala madre porque no te dedicas a tus hijos como deberías. Si por el contrario estás en casa encargándote de los hijos y labores, es que eres una gandula o aprovechada. Lo importante es que todo lo que hacemos está mal de una u otra forma. Hemos evolucionado un poco, pero queda mucho por hacer. Desde siempre, ellos han sido lo primero y nosotras “lo otro”, lo secundario, lo accesorio. 

No entendía cómo los adultos no veían esa desigualdad tan apabullante a todas las horas del día. Al no entrar en los cánones establecidos, es decir, en la niña calladita, sumisa y sacrificada por todos, me decían “vaya carácter tiene la niña” o “no sé quién se la llevará así”. Ahí me di cuenta de que la vida no era igual para todos, que ellos, por una cuestión biológica, tenían unos privilegios que yo no tendría en mi vida. Ahí empezó mi lucha por la igualdad, aunque todavía no sabía qué significaba ese término en profundidad.

Cuando al fin aprobé la oposición, mi sentido de la justicia no era el que estaba establecido y siempre pensaba que me gustaría cambiar las cosas. Comencé con cuestiones tan básicas como que la accesibilidad de un juez/a a una víctima no está reñido con la imparcialidad, siempre con todas las garantías; que las mujeres que quieren retirar las denuncias, deben ser informadas personalmente de sus derechos y hacerles ver el peligro que puede ser retirar la denuncia, así como servir de nexo con los recursos de prevención y protección de las Administraciones.

Veía desde el comienzo de la ley que existía mucho temor a la justicia, que las mujeres desconfiaban del sistema en general y en especial del policial y judicial. En esa época, nadie creía en la necesidad de que hubiera una jurisdicción especializada en violencia de género, decían “los juzgados de las marujas”. La sociedad patriarcal no quería dejar que se instaurara la igualdad entre hombres y mujeres, por tanto, era necesario, crear bulos que a día de hoy algunos siguen entre nosotros, como que existen denuncias falsas, cuando estas, según estadísticas oficiales, no llegan al 0,001% de los casos. Que las mujeres van a los juzgados para quedarse con la casa y los hijos, cuando en realidad el número de mujeres que han pasado por un juzgado de Violencia no se divorcian, no llegan a 100 cada año, en comparación con el número de denuncias: 1.400. 

Debo decir que la sociedad es mucho más consciente de la violencia ejercida en el ámbito de la pareja o expareja, pero somos bastantes tolerantes con la violencia sexual. Si no llega a ser por el caso mediático de “la Manada”, no se hubiese puesto encima de la mesa la necesidad de reprochar los actos sexuales de los hombres hacia las mujeres. De hecho, la sociedad salió a la calle para decir que eso no era “ABUSO” sino “VIOLACIÓN”, ya que el abuso, desde el punto de vista etimológico, significa “mal uso” y si casi el 87% de los casos de agresiones sexuales son a mujeres, significa que se nos identifica como cosas. En cambio, no salieron a la calle por la pena impuesta, que para ser abusos era bastante alta. Gracias a aquella sentencia hemos dado un avance, pero todavía es difícil que la sociedad entienda que son actos reprochables y que deben ser castigados. De hecho, suelen identificarlos según la gravedad del hecho: no es lo mismo darte una torta en el culo, o un beso, que un tocamiento. Es verdad, requiere una pena diferente, pero ambos lesionan nuestro derecho a la libertad sexual. 

Por otra parte, siguen existiendo otros rostros invisibles de violencia de género, que viven con nosotros a día de hoy, aunque muchos piensan que es cosa de otras culturas y que eso no ocurre en España, cuando no es verdad, sí que existen, pero, al no tener datos, no podemos adoptar políticas públicas para erradicarla, me refiero a la mutilación genital femenina, matrimonios forzosos, acoso sexual, delitos de trata con fines de explotación sexual, así como la prostitución y la pornografía. 

Por último, no quiero olvidarme de los niños y niñas expuestos a la violencia de género. Los menores huérfanos y los que han muerto a manos de sus padres o parejas de sus madres, que este año llevamos 10. Debemos entender que la sola paternidad biológica no es elemento suficiente que permita que un maltratador tenga contacto con su hijo/a. El interés de todo niño/a es vivir en un clima libre de toda violencia, interés que todavía no cala en las consciencias. 

El sistema patriarcal no quiere irse de nuestra sociedad, de ahí que busque salidas engañosas para mantener a sus adeptos. Se intenta diluir la violencia de género con la violencia intrafamiliar como si fuera lo mismo, e incluso existen discursos negacionistas. 

No basta con crear leyes para erradicar la violencia de género en todas sus manifestaciones, sino que es necesario que todos los operadores jurídicos tengamos una formación específica en género e igualdad. No se nace sabiendo, aunque la gran mayoría cree que sí.

Nos quedan muchas batallas que emprender para concienciar a la sociedad de que la violencia de género es la que se ejerce contra la mujer por el solo hecho de ser mujer.

Debemos seguir trabajando hombres y mujeres por un planeta 50/50 para terminar con todos los tipos de violencia, respetando los derechos de la mitad de la población. Esto solo se consigue con políticas públicas adecuadas, donde nosotras las mujeres participemos en la toma de decisiones, porque así gana la sociedad y ganamos todos. Avancemos.

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