Paqui Gómez del Pulgar
Nunca sabes por qué, en ocasiones, un día entiendes todo y por qué, en otras, pasas la vida sin darte cuenta de nada.
Durante mi matrimonio la manipulación ejercida por mi exmarido había sido tan sutil que no fui consciente, hasta pasados 13 años, de que había dejado mi trabajo para que él ascendiera en el suyo, de que no me hablaba con mi familia porque a él nadie le caía bien, de que no tenía ni una sola amiga porque su comportamiento las alejaba de mí y de que mi vida se circunscribía a cuidar de mi familia y de mi hogar, algo que en el pasado siempre dije que no me pasaría. Sólo en un momento de lucidez, ese en que lo entendí todo, fui consciente, también, del pánico que nos invadía a mis hijos y a mí cuando algo provocaba su ira, y del desapego que había tenido y tenía hacia nosotros.
Fue entonces cuando decidí separarme, era el año 2008 y nuestra sociedad, y hasta la misma justicia, aún andaban buscándole grados y adjetivos a la violencia de género, haciendo equilibrios sobre la cuerda floja del patriarcado.
En mi caso, la denuncia por violencia contra mi exmarido fue después de que yo decidiera separarme y él se marchara de casa. Durante más de seis meses, aguanté constantes llamadas y visitas cargadas de insultos, amenazas, gritos y vejaciones, hasta el día que mis nervios se quebraron y denuncié ante la Guardia Civil, rogando que alguien le prohibiera a ese señor seguir destrozando mi salud mental y la de mis hijos.
Como tantos hombres narcisistas y manipuladores, la cara que mostraba al mundo no se correspondía en absoluto con la que nosotros veíamos dentro de casa. Y como tantos hombres manipuladores y narcisistas, la sola idea de perder el control sobres sus víctimas le volvió más violento, más agresivo y más vengativo.
En ese año 2008, no encontré en la Justicia la protección que pedía y necesitaba para mí y para mis hijos, por lo que decidí poner 2.000 kilómetros entre él y nosotros, y comenzar en otro lugar donde poder sanar nuestras heridas y comenzar una nueva vida.
Quiero creer, y creo, que las cosas han cambiado desde aquel 2008 y que las mujeres que ahora denuncian no se encontrarán con fiscales como la que, en mi declaración tras la denuncia contra mi exmarido, me preguntó: “¿y por qué usted no se divorció antes?”.
Quiero creer, y creo, que no las atenderán psicólogas como la que me atendió entonces en la Casa de la Mujer en pleno derrumbe emocional y que me dijo “lo tuyo es un duelo y lo tienes que pasar, yo no puedo ayudarte”; y hasta ahí llegó su apoyo emocional.
Quiero creer, y creo, que no tendrán abogadas como la mía, que me dijo: “es que
deberías haber llorado más cuando declarabas para que te hubieran creído”.
Quiero creer, y creo, que ninguna mujer deberá escuchar lo que yo escuché de una jueza según la cual yo “no tenía el perfil de la mujer maltratada”, porque ser económicamente independiente, tener estudios y no haber llorado durante mis declaraciones, me excluía, automáticamente, a mí de ser víctima y a mi ex marido de ser verdugo.
Quiero creer, y creo, que ahora todas y todos somos capaces de ponerle nombre a las violencias de género: a la física, que pone ojos amoratados y fractura brazos; a la psicológica, que humilla, destruye, anula y reduce a cenizas la autoestima; la sexual, que tantas mujeres sufren a manos de sus propias parejas; la vicaria, donde el daño se ejerce a la madre a través de sus propios hijos; la económica, en la que el hombre en su posición dominante ejerce un abuso sobre la mujer; la violencia institucional, ejercida por el Estado a través de normas, prácticas institucionales, descuidos y privaciones en detrimento de los derechos de las mujeres; y otras violencias que ejercen los hombres contra sus parejas o ex parejas, y cuyo único fin es controlarlas y manipularlas cuando están con ellos y destruirlas cuando consiguen huir.
Quiero creer, y creo, que ahora las mujeres no estamos solas porque todas y todos hemos aprendido a ver algunas señales casi invisibles de la violencia de género con más claridad que en el año 2008, y que todas y todos sabemos que ninguna mujer sea cual sea su condición económica, cultura o social está exenta de sufrirla.
No obstante, como en la caja de Pandora, aquí también queda la esperanza. Somos muchas las que hemos salido y somos altavoces a través de los que proclamamos que no cabe el silencio ni la rendición, y que la tolerancia contra la violencia de género siempre debe ser cero.
Os animo a buscar asociaciones de mujeres cerca de vosotras donde crear espacios seguros para que las mujeres que han sido víctimas de violencia de género puedan escuchar y ser escuchadas. La fuerza de una multiplica por mil cuando se une con la fuerza de otras y las mujeres somos más fuertes, más libres y más únicas cuando estamos juntas. Y solas vamos más rápido, pero juntas llegamos más lejos.