Carla Antonelli, senadora en las Cortes Generales y activista trans.
Este año cumplo sesenta y cinco vueltas al sol y un número indeterminado de vidas. Todas ellas comenzaron antes de yo nacer, cuando mujeres de distinta condición entregaron sus cuerpos para adoquinar mi camino. Lo mismo Penélope que Lisístrata, Santa Teresa, Campoamor o Virginia Woolf. También las que reptaban por el barro anónimo de la pobreza y la periferia. Las amigas que murieron, como Ámbar. Las que siguen ahí, como Marcela.
Todas las vidas que he podido vivir se las debo a ellas. Desde que hui de un Tenerife de aquella época franquista para devenir la mujer que soy hoy. Ay, las lecturas de consuelo y los abrazos en el frío. Muchas mujeres fuimos feministas antes de entender la propia categoría. Al fin y al cabo, afirmar y defender la libertad de una misma es un demoledor acto de resistencia. Y es que ser mujer sin pedir permiso es una raja en el campamento del patriarcado.
Escribo estas palabras cuando casi ha transcurrido ya el primer cuarto del siglo XXI. Lo escribo el mismo mes que publico “La mujer volcán”, mis memorias. Podrán imaginarse, pues, que atesoro cierta perspectiva. Y es que he visto de todo ya. Vi cómo el fascismo nos daba zarpazos en la sombra mientras los medios hablaban de transición democrática.
Yo mismita lo vi sobre mi propio charco de sangre en aquel calabozo canarión. Presencié los primeros Orgullos y las primeras manifestaciones por los derechos de la mujer. Fui parte del Destape y la Movida Madrileña, conocí los entresijos de la televisión y los poderosos cafés de la negociación parlamentaria.
Todo eso lo vi.
Y debo decir que hemos avanzado enormemente, tremendamente. Todavía recuerdo la amnistía política, los Pactos de la Moncloa y el referéndum constitucional. Tengo frescas las primeras leyes de sanidad pública, de divorcio y de aborto. Las bases de una convivencia que apuntalaron el sendero de más y más olas de feminismo y movimiento arcoíris, de más y más temporadas de derechos.
El cambio de milenio puso en el BOE la igualdad de género, el aborto libre, el matrimonio igualitario y las leyes para las personas trans. Pero también ha traído viejos ecos el nuevo siglo. Como si Europa tuviera un reflujo fascista cien años después. Una plaga de odio con múltiples caras y presentaciones. A veces, en forma de partidos, otras, en forma de discursos. Versiones todas potencialmente peligrosas para la convivencia, para la democracia. Y, sobre todo, para las mujeres. Para todas las mujeres.
El odio no es tonto, en absoluto. Sabe adaptarse y reinventar sus estrategias. Se pone chaqueta y corbata. Sabe que es más rentable dividirnos que ir al choque frontal. Pero, al final, se quita la careta. Lo atestiguan las redes sociales y las sedes de Ferraz, lo certifican los debates espurios sobre la forma en la que las mujeres podemos o no denominarnos.
Tal vez la tentación de la vehemencia esté al alcance de cualquiera de nosotras. Porque el conflicto vende más, claro. Bien lo sabía Homero. Tal vez esa es la trampa circular contra el progreso. Al fin y al cabo, la odisea no la escribimos nosotras.
Pero me quiero quedar con lo bueno, con lo esperanzador. Quiero creer en la posibilidad, en la fuerza vertebrada cuando trenzamos nuestros brazos. Quiero creer que vamos a ser capaces de superar los ruidos y distracciones para centrarnos en lo importante: defender lo alcanzado y lograr lo que todavía se nos debe.
La igualdad real es un horizonte que nos obliga a caminar con la conciencia de las pisadas. Todavía debemos profundizar una arqueología feminista que recupere la memoria de las mujeres que facilitaron nuestra existencia. Todavía tenemos que acabar con la violencia machista, los techos de cristal, los suelos pegajosos, la brecha salarial o los discursos de odio.
Queda tanto por hacer.
Ojalá desde el diálogo y la unidad en la diferencia. Ojalá abrazando nuestros matices y aprendiendo de las contradicciones. Quizá rompiendo, por fin, los bucles que nos ralentizan.
Más vale que lo intentemos.
Carla Antonelli, senadora en las Cortes Generales y activista trans