Por Nora Verma-.
Cuando le comuniqué a mi madre que iba a comenzar la transición, su respuesta fue muy clara y segura: “yo siempre he sabido que tenía una hija”.
Corría el mes de febrero del ‘78 cuando T.M.M. de tan solo 23 años siente en su vientre que algo está cambiando. Lo que no sabía es que cambiaría su vida completamente, le esperaban largos años de lucha, de preguntas (algunas sin respuestas), de enfrentamientos, de explicaciones: ¿a quién y por qué?
Una madre sabe lo que pare, aunque algunas no lo quieran reconocer. Y mi madre lo supo desde el principio.
En casa, el ambiente prenatal era el del futuro nacimiento de una niña. Mi hermano ya tenía tres años, y la llegada de un nuevo miembro, femenino, era el deseo de todos los componentes de la familia.
Cuenta mi madre que durante el embarazo se sintió más femenina que nunca, pasaba las noches en vela haciendo manualidades, escribía poesía, pintaba, cantaba y bailaba, y le encantaba arreglarse y maquillarse… y así salí yo: una fashion victim y una enamorada de la moda, el arte y la cultura.
En el momento de mi nacimiento ya mi padre, J.M.V.S. se había dedicado a pregonar por todo el pueblo de Gáldar que había tenido una niña. Y así había sido, pero lo que él no sabía es que debería esperar 45 años para que cuerpo, mente y leyes se alinearan.
Ya con ocho años tengo mi primer despertar. Era el día de mi Primera Comunión, y no sólo me dieron mi primera Hostia Sagrada, sino que ya me llevé mi primera hostia psicológica al darme cuenta de que yo quería el vestido de Romarey.
Los años posteriores fueron una serie de capítulos surrealistas intentando luchar contra mi propia pluma. Era un niño “fino”, delicado, que apenas hablaba para no molestar y que su mundo era la música, el teatro, los escenarios. Soñaba con ser ARTISTA.

En 1992 hay un antes y después en mi vida, absorbida por el certamen de Miss España, la belleza de la canaria Eugenia Santana se alza con el tan aclamado título. Estaba sola frente a aquel televisor de botones sobre una camarera de ruedas y metal que tenía que mover constantemente sus deterioradas antenas para poder visualizar bien lo que ocurría. Con la imposición de la corona sobre la cabeza de Miss Las Palmas, se despertaron en mis entrañas mil sentimientos, deseos e ilusiones que, bajo una especie de éxtasis, euforia y exaltación abrí el armario de mi madre y acabé ese sábado por la noche vestida y maquillada de mujer. Estaba tan feliz que no me importaba cómo estaba dejando la casa, era un auténtico escombrero de ropa, pelucas, zapatos y maquillajes… Escondida en el baño con el corazón a mil al escuchar la puerta de la calle poque mis padres habían llegado del baile, corrí como pude a mi cama y me hice la dormida.
Al día siguiente, mi padre se empeña en llevarme al fútbol, quería que fuera como él, jugador, y ante mis súplicas para no ir, allá que me llevó. Era el campo de fútbol de Barrial, su lugar de nacimiento, y yo paseaba de su mano con la cabeza gacha. Sentía una especie de rubor, intimidación y deseo ante aquellos jugadores, creo que fue ahí cuando tuve mi segundo despertar… el de mi orientación sexual.
Caminábamos por los alrededores del campo y mi padre intentaba inculcarme el amor por el deporte, y lo consiguió, pero por los jugadores.
De repente nos encontramos con unos tíos de mi padre, ellos regentaban una droguería muy famosa en Gáldar y cada vez que iba siempre me terminaban regalando algo, y siempre de carácter femenino, porque el “niño” se aferraba como si la vida le fuera en ello.

Pue ese día iba, como decía, con la cabeza gacha, y la tía de mi padre insistía en que le diera un beso, entre mi timidez y la vergüenza que sentía por saber lo que había hecho la noche anterior, acabé accediendo: “¿qué tiene el niño en la cara?”, preguntó con tono asertivo sabiendo lo que tenía delante de sus ojos, mi padre respondió con un “eso son cosas de niños” y, agarrándome del brazo, me llevó hasta el coche… no recuerdo reproches, ni enfados… simplemente reconoció.
Qué importante es reconocer y reconocerse a sí mism@.
Evidentemente vinieron años duros: vejaciones, insultos, palizas… solo me sentía segura en mi dormitorio, el cual ya no tenía que compartir con mi hermano. Allí me sentía feliz, hacía lo que mi corazón y mi mente me pedían, que era comportarme como una más de mis amigas. Me sentía LIBRE.
Es con dieciséis años cuando encuentro mi escapatoria mediante el transformismo y, más adelante, con 20, el mundo Drag. La caracterización y el espectáculo hacen que me libere aún más y muestre mi parte más femenina. En ese mismo año (1999) entro en la Escuela de Actores de Canarias y eso me ayuda a crecer como artista y como persona.

Siempre deambulé entre la transición y la ambigüedad de ser un chico amanerado, lo que se venía llamando un chico con “pluma” y que hoy en día se cataloga como persona Queer.
Curiosamente, la mente es muy poderosa, y cada vez que tenía que hablar de mí, lo hacía en genero neutro o vacilaba con los artículos, al final siempre decía que yo era “Persona” y así es como quería que se me tratara.
Han tenido que pasar 45 años para aceptarme y darme cuenta de quién quiero ser (y soy) y de cómo quiero vivir mi vida realmente.
“Si el mundo mirara con el corazón, no habría desigualdad”