Lucía Verona Mireles.
Soy Lucía Verona Mireles y quiero compartir unas cuantas vivencias con todes ustedes.
He de confesar que estoy un poco nerviosa por tener que expresar una vida, una existencia, en unas cuantas palabras que están llenas de felicidades, sonrisas, tristezas y llantos, pero no nos pongamos tan rápido sentimentales. Toda historia comienza con una presentación.
Tengo 62 años y en mi Vida siempre han sonado las palabras “NO ESTAS SOLA”. Nací en una familia humilde y soy la mayor de cuatro hermanos. La mayor y la única mujer… ya pueden imaginar gran parte de mi existencia en este mundo; en la época en la que la mujer tenía como norma callar y obedecer; dentro de mí siempre había una fiera gritando en silencio.
Desde pequeña me daba cuenta de que a mi alrededor había ciertas “situaciones” que no me parecían justas. Era una niña muy tímida y obediente, por lo que todo lo que me mandaban a hacer, lo hacía y no pedía explicaciones. Cuando había que hacer tareas de la casa, no cuestionaba que mis hermanos varones también tuvieran que colaborar; lo pensaba, pero no me atrevía a cuestionar nada. Una niña de siete años tenía que obedecer. Así le enseñaron.
Además, la situación en casa nunca fue fácil, un hermano demasiado pequeño para unos padres tan mayores y nuevamente debía agarrarme fuerte el corazón, para ser la fuerte de la familia. Mi padre no dejaba de trabajar horas y horas para poder alimentarnos. Mientras tanto, mi madre haciendo de tripas corazón, intentando educar a mis dos hermanos del medio. Eran de esos que, desgraciadamente, se sumergieron en el mundo de las drogas y acabaron perdidos dentro de sí mismos. Hoy en día ya descansan en paz, ya no sufren por sus monstruos internos; y bueno, su alrededor, las personas que los intentamos ayudar también. Pero esto es otra historia para cuando escriba mi biografía.
Mi abuela paterna fue para mí una de las figuras muy importantes en mi vida, no solo a nivel de cariño de abuela, sino que me enseñó muchos valores que para su época no eran muy bien vistos. Me enseñó a respetar a las personas, fueran de la raza o condición social que fueran. Siempre me recalcaba que el dinero no hace más importante a una persona y que nunca juzgara a nadie por nada. Era una mujer muy sabia, me encantaba oírla, que me explicara las normas en esta vida a la que se viene a vivir sin manual de instrucciones.
Mamela, que así la llamábamos sus nietos, fue una mujer muy trabajadora y fue la que, desde pequeña, me enseñó a hacer quesos. Y pensaran, ¿ahora vamos a hablar de quesos? Pues sí, porque ahora que han pasado tantos años, entiendo que eso me sirvió de terapia, porque otros niños iban a hacer deportes u otras actividades que yo no me podía permitir por la situación económica de casa. Pero les puedo asegurar que la paciencia que requiere hacer un simple queso me sirvió de mucho. Hoy en día consigo concentrarme y gestionar mejor las cosas por ese simple hecho. No solo era la tranquilidad que conlleva hacerlo, sino las charlas entre nosotras. Era nuestro momento especial. Ella me contaba cómo fue su vida en Cuba y yo tenía a alguien con quien compartir las cosas que vivía en el colegio.
Como decía, hablaré de los quesos junto a Mamela, porque cada vez que el mundo me pesa tan solo un instante me acuerdo de los momentos de calma y paciencia para conseguir un fin.
Como dije anteriormente, era una niña muy tímida y pequeña para el curso académico donde estaba. Cuando entré en primero de primaria, la monja que me daba clase le dijo a mis padres que tenía que estar en un curso más adelantado. Con solo seis años tenía que estar con niñas de ocho. Yo me sentía aislada, no tanto al principio, sino cuando ya fuimos un poco mayores. Todas tenían sus sujetadores y la regla, y se reían mucho de mí porque yo ni una cosa ni la otra. Al ser una niña responsable, nadie quería jugar conmigo, porque era “la empollona” y con esas niñas no se puede hablar.
Gracias que yo tenía un carácter dócil y no me lo tomaba a mal. Ha sido con el tiempo y por mi profesión que me he dado cuenta de que eso que me pasaba tiene nombre y se llama bullying.
En cualquier caso, dentro de mi pequeño mundo, supe superar todas esas cosas e igual ante situaciones que viví en mi trabajo de profesora me sirvieron para saber empatizar con el alumnado y poder ayudar no solo en matemáticas sino en otros aspectos de sus vidas. Así que no hay mal que por bien no venga.
Sigo con mis pensamientos…
Viví una infancia bonita, a pesar que siempre existieron momentos difíciles en los que tuve que cerrar fuertemente mis puños, alzar la cabeza y ser valiente. Mis padres me dieron mucho amor y una buena educación académica. En casa nunca faltaron dichos por aprendizaje y abrazos como forma de cura.
La figura de mi padre también fue muy importante, porque para ser un agricultor que solo fue a la escuela a aprender las cuatro reglas, como se decía antes, tenía muy claro, y así me lo repetía constantemente, que, de sus cuatro hijos, la que más quería que estudiara era su hija Lucia, porque no quería que dependiera de nadie. De ahí que tuviera tan claro lo que en la siguiente frase escribo.
Una cosa que desde pequeña tenía muy clara, yo creía otra vida, no quería depender de nadie.
Cuando tenía 17 años me fui a estudiar a La Laguna la carrera de Ciencias Exactas. Fueron años duros para mí, porque dependía de la beca para poder estudiar y eso quería decir que tenía que aprobar todo para no perderla. Esos años solo viví para estudiar. Pongo como ejemplo que mi única salida en esos años fue ir a un concierto de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés.
Cuando terminé tercero, me volví a Gran Canaria y terminé cuarto y quinto en la UNED. No podía seguir viviendo en La Laguna con ese estrés y ese sentimiento de egoísmo, cuando era consciente de que mi familia necesitaba mi ayuda.
Terminé la carrera y empezó mi etapa en la Educación. Puedo asegurar que fue la etapa de mi vida que más feliz fui, porque el mundo de los adolescentes es maravilloso y yo era la profesora, pero mi alumnado me enseñó qué significaba la vida y para qué estamos aquí; qué más que aportar lo mejor que tengamos dentro de uno, dar nuestro granito de arena.
Como decía, fueron experiencias maravillosas y eso me daba la VIDA.
Nunca pensé que la Vida me daría varios vuelcos.
Mi primer vuelco, nunca pensé que fuera a casarme. A día de hoy y después de pasar muchos procesos, dolor, lagrimas, tormentas y curar heridas. Agradezco haberlo hecho porque de ese matrimonio nacieron mis tesoros (mis hijas), además del aprendizaje que me hizo vivir el matrimonio. En esta etapa de mi vida yo pensaba que era lo normal la vida que llevaba, pero algo en mi interior me decía que las cosas no debían ser así. Como todo en la Vida, aprendemos a ver las realidades a fuerza de las piedras que encuentra.
Yo viví la primera (por poner un número) cuando me vi sola con dos hijas y ver que lo que había con otra persona se fue…Fue así como empecé a vivir de otra manera…. Nadie te enseña a vivir un adiós al que fue tu amor, amigo y marido; menos, llorarlo y curarlo, mientras tanto debes amar incondicionalmente a esos dos amores, esos dos tesoros; las ganas por las que luchar.
Me dediqué a trabajar, a atender a mis hijas y procurar que nada más me afectara (para ello me refugié en el alcohol, ya lo estaba, pero esta situación lo acentuó). Viví varios años dormida en el alcohol, el trabajo y mis hijas, deje de ser yo, por poner un piloto automático y muchos juzgaran “vaya madre”; he tardado años en conseguir perdonarme y aun hoy en día lloro por imaginar tan solo una lágrima de mis hijas por verme así; pero, tras perdonarme, entendí que estaba enferma.
Y como el cuerpo es sabio, en cierto momento dijo hasta aquí, basta ya…Lucía, yo ya no puedo soportar más esto.
Hospital y muerte son las palabras que resumen lo que ocurrió.
Pero el Universo no quería que me fuera. Tenía otra oportunidad para mejorar y sacar mi mejor yo. Como siempre me decía alguien, todavía tenía mucho que hacer en la Vida. Salí de esa situación con mucho trabajo y buenas personas que me ayudaron. Otro nuevo aprendizaje; hay que saber aceptar ayuda. Lo más importante es que yo quería VIVIR y trabajar para seguir adelante. No puedo negar que, en ocasiones, quería tirar la toalla… Al final lo CONSEGUÍ. Como decía anteriormente, con paciencia y voluntad se consiguen todas las metas.
Me habían incapacitado totalmente mi autonomía, mi persona, mi razón, mi palabra. No sabía leer, no sabía escribir, no sabía sumar; ya podéis imaginar el resto. Pero algo ocurrió y volví a ser yo, renovada y más fuerte. Constancia.
Cuando mejor estaba, en unas de mis tantas revisiones, me hicieron una mamografía. Aquí apareció mi nuevo reto. La enfermedad me dijo: “Lucía, tienes cáncer y es malo”. Hay que operar urgente…La vida me pegó un vuelco; ahora, después de resucitar de la muerte, de volver a tener mis capacidades mejor que nunca, ahora que más viva estaba, otro reto asoma: ¿de dónde iba a sacar la fuerza?
Otra piedra que tenía que saltar y estar sí o sí, porque en ese momento de mi vida, tenía a mi madre enfermar (cáncer también) y tenía que estar para ella.
Yo siempre lo he llamado “Mi querido Cáncer”.
Porque a raíz de todo el proceso, aprendí lo que es disfrutar de poder abrir los ojos cada mañana y dar las gracias de estar VIVA.
Pues para explicar con mis palabras, todo lo que padecemos las personas durante nuestra vida (sobrecargas, abusos, malos hábitos…), nuestro cuerpo lo acumula. Y cuando menos lo esperamos, nos pasa factura. Creemos que podemos seguir aguantando, pero llega un momento, como me sucedió a mí, que se nos para el tiempo y toca remontar, como esa niña de 7 años que cerraba fuertemente los puños, alzaba la cabeza y era valiente ante las adversidades.
Nos armamos de valor y salimos.
Por eso escribo, por si a alguna persona piensa que no se puede, decirle que Sí.
No soy ninguna heroína, ni mucho menos. Mi intención es hacer saber que, con voluntad y actitud positiva, podemos salir de cualquier laberinto que nos presenta la vida. Por supuesto, hay que rodearse de personas positivas y sobre todo aprender a decir NO CON AMOR. Esto último también me costó muchas noches bañadas en llantos, hasta que aprendí.
La vida pasa y nada la detiene. Mi meta en estos momentos es vivirla, soltar todo, menos mi felicidad. Ya no tengo tiempo para sufrir, porque ya pagué las horas extras que le dediqué a ello.
Ya no tengo tiempo para palabras que quieran hacerme menos. Porque no me pertenecen. Siempre podemos elegir el universo que nos rodea, a pesar de que la noche sea oscura, en ella hay muchas estrellas que nos iluminan y nos guían.
Mi enfoque es sonreír, porque ya le dediqué muchas noches al llanto y si aparecen piedras en el camino, las brinco o les pongo nombre. Y si se atraviesan huracanes, me limpio las inseguridades con la lluvia y aprovecho el viento para avanzar.
La vida pasa y nadie la detiene. Acuérdate de que la esperanza es esa luz que hace señas para iluminar nuestras vidas.
Gracias por dedicarme unos minutos y hacer que mi historia, mi vida, viva muchas vidas más.