Fátima Fleitas: “Aunque hay una incertidumbre tremenda por el COVID-19, vamos a tomarlo por el lado de lo que aprendimos y no de lo que perdimos”

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La empresaria de Fontanales optó por explotar su negocio familiar a desarrollar sus estudios de Ingeniería Industrial y Máster en Dirección y Planificación Turística. Y no le ha ido nada mal, pues sigue abriendo puertas, como la creación de un servicio de catering, que se une a la propuesta del Restaurante Sibora y a los encantos del alojamiento en cabañas de madera. Todo ello, conservando la autenticidad, como bien remarca ella, y aprovechando “la sintonía con el entorno”.

Fátima, has estado vinculada a la hostelería desde siempre al ser el medio de vida familiar, así que supongo que la responsabilidad y la disciplina en el trabajo las tendrás muy interiorizadas, ¿no?

Sí, fue lo primero que nos enseñaron. De hecho, siempre nos decían que había que estudiar, que había que formarse, pero también que había que saber lo que era trabajar. Yo recuerdo que he trabajado incluso cuando iba a la universidad, porque del negocio no te podías ausentar, especialmente, los fines de semana. 

Siempre se ha dicho que la hostelería es de los trabajos más duros… ¿Estás de acuerdo?

Es un trabajo duro, que yo lo equipararía al sector primario, con la agricultura y la ganadería, pero lo que pasa es que en la hostelería se ven los frutos inmediatamente y en la agricultura no. Nosotros aquí vemos la satisfacción del cliente y ahí tienes parte de los frutos, además del económico; pero también hay disgustos, porque las quejas son automáticas. Por otro lado, las jornadas son muy largas. Hay momentos familiares que se pierden porque estás trabajando. 

Tu padre fue una persona con grandes ideas empresariales, teniendo en cuenta la época y el lugar… 

Sí, él era el más pequeño de todos los hermanos y, entonces, tuvo la oportunidad de estudiar. Siempre sacó muy buenas notas en sus estudios y, de hecho, tuvo Matrícula de Honor en el instituto. Y yo creo que ahí, de la parte de formación, pudo él enfocarse más allá de lo que era el pueblo. A él se le ocurrió montar un restaurante y también que en Fontanales podría tener éxito una sala de baile y una discoteca, algo impensable en la época. Además, apostó por orquestas de las diferentes islas, no solo las que había por aquí. Así se hizo un nombre en lo que respecta al ocio de la isla, sobre todo en esta zona, que no había nada. Y luego se le ocurrió apostar por el alojamiento rural, con lo de las cabañas de madera. Investigó y las cabañas que ahora mismo tenemos son de madera brasileña, porque se trajo el proyecto de Brasil, las montaron y aquí las estamos defendiendo.  

Y han tenido éxito, ¿verdad?

Pues sí, es un eslabón más en la cadena de la hostelería. El restaurante es una cosa y el alojamiento es otra. Sin embargo, ha habido una simbiosis perfecta entre lo que es el alojamiento y lo que es la restauración, por lo menos en nuestro caso.  

¿Qué conserva de sus orígenes, de la época de tus padres, el restaurante Sibora actual?

Conserva las ganas de ser auténtico. ¿Qué hemos hecho? Mejorar lo que se podía mejorar, mantener lo que se podía dejar y, sobre todo, actualizarnos. También conservamos la parte de “no echarnos para atrás”, es decir, ver nuevas oportunidades y aprovecharlas, y, aunque ya no está mi padre en el Sibora, quedan todas sus enseñanzas, porque, sin duda, aprendimos mucho de él. 

¿Qué supone tener el sello de calidad turística SICTED?

Yo empecé con este proyecto en el 2010, cuando éramos muy pocos, y llevamos ya una década con él. Simplemente es posicionarnos y buscar un sello que te identifique, por lo menos, a nivel de la isla. Ahora saben que en Fontanales hay una familia que tiene un restaurante y, encima, con un sello de calidad turística. 

A pesar de contar con un restaurante con tradición, en tu casa te metieron en la cabeza lo de tener un Plan B. Cuéntanos…  

A mi padre le quedó mucha magua de no terminar el bachillerato, que se le atravesó por el francés. Esa siempre fue su espinita. Y yo, que era la mayor, saqué Matrícula de Honor en COU y pude elegir la carrera que quise. Estudié Ingeniería Química Industrial, básicamente porque era una de las que había aquí en Las Palmas y yo no me planteaba irme fuera. La parte técnica de mi carrera la saqué perfectamente, porque muchos de los procesos que hacemos aquí, al final están muy relacionados, aunque la gente piense que no. Y luego, cuando empezamos con las cabañas, yo veía que había una parte humanista que no controlaba, como la gestión del cliente y el marketing… Entonces, me matriculé en el Máster de Dirección y Planificación Turística de la Facultad de Economía. También salió bien la cosa y entonces seguí con el Doctorado, que no lo terminé, pero no pasa nada, porque aprendí lo que necesitaba. No considero que haya perdido el tiempo. 

Cuentas con un currículum académico espectacular; sin embargo, has dicho que has aprendido más en la hostelería que en la universidad… 

Sí, y lo mantengo, porque el trato al cliente, por ejemplo, solo se aprende con la práctica. También con los proveedores, con la capacidad de gestión y decisión, en la universidad no lo ves porque es muy teórica y siempre toma como referencia bibliografía que a lo mejor no está tan actualizada. Sin embargo, en la práctica, como no despiertes… Y esto se cumple en todos los negocios. Mi padre decía una frase que resume todo esto: el trabajo va diciendo. Y, a partir de ahí, tú vas amoldando tu modelo de negocio a lo que demanda la situación. 

El Sibora se ha especializado en colectivos y eventos… Explícanos el motivo.

Sí, aprovechando un poco la infraestructura, porque hay cuatro salones, las cabañas y otro chiringuito que es como una tasca, nos planteamos: cómo darle salida a todo esto, porque, aunque la carta es buena, solo te cubre el aforo del primer salón… Es mucho más fácil, incluso para la planificación de la cocina, trabajar con grupos. Entonces nosotros aprovechamos los recursos y motivamos a que los grupos vengan aquí. 

¿Cómo venderías tu negocio para que los que no lo conocen se animen a visitarlo?

Destacaría que es auténtico y en relación con el entorno. Aquí te puedes perder, porque hay un montón de rutas de senderismo, de ciclismo… ves un paisaje precioso, donde casi se ve más Tenerife que Gran Canaria. Yo lo vendería resaltando que está en sintonía con el entorno, que forma parte de él. 

Como empresaria, ¿cómo viviste el estado de alarma?

Lo viví como que estábamos subidos en una máquina que no paraba nunca y, de buenas a primeras, la máquina se paró y pudimos tomar conciencia de adónde vamos, qué es lo que hacemos y qué pasa aquí… Además, hemos podido disfrutar de la familia como hacía tiempo no hacíamos. Y, aunque hay personas que lo han pasado fatal y hay una incertidumbre tremenda por el COVID-19, vamos a tomarlo por el lado de lo que aprendimos y no de lo que perdimos.  

¿Cómo se ha adaptado tu restaurante a la nueva normalidad?

Básicamente, la mitad del mobiliario que tenía está en otro salón. Pero, simplemente, hay que normalizarlo, que es muy difícil, pero te vas adaptando a la situación.  

¿Crees que para emprender en la hostelería se tiene que haber trabajado antes en este sector?

Sí, porque cuanto más pronto te empiecen a dar tortas, más pronto sabrás esquivarlas. Puedes aprenderte toda la teoría del mundo, que está muy bien, pero hasta que no te veas en el día a día, no vas a saber realmente lo que es. 

¿Cuál es la clave de este negocio?

La clave es la constancia. 

Y para terminar… ¿Te ves trabajando en otra cosa?

Tengo un plan B, pero el A me gusta mucho. Es verdad que es de considerar tener esta formación y no desarrollarla, pero lo que hago me gusta. Yo estoy muy cómoda aquí y los malos tragos se van llevando. 

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