“MÁS QUE NUNCA ES NECESARIO EL ARTE COMO ANTÍDOTO AL MIEDO Y A LA NEGRITUD”

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Por Teca Barreiro (Agaete)

                Mi biografía es un dibujo único

                 en el lienzo multicolor del universo

                 pero un día seré tan solo

                 un puñado de cenizas sin nombre

       Soy Teca y para darme a conocer debo remitirme a los orígenes, a los inicios de mi andadura, pues en el pasado están las semillas de lo que soy hoy.

       Vine al mundo una lluviosa noche de otoño tropical, hace 64 abriles, en Salvador de Bahía, Brasil, en el seno de una familia de emigrantes gallegos. Crecí respirando el desarraigo y la morriña de mis padres, habitada por la sensación interna de pertenecer a un tronco de raíces aéreas.

       Mi infancia y juventud se desarrollaron en Bahía, tierra de mestizajes donde convivían diferentes culturas: la africana, los colonizadores lusitanos y la población nativa. Esa pluralidad me enseñó a amar la diversidad. Desde muy pequeña aprendí que existen múltiples visiones del mundo, todas ellas válidas. Ello ha ensanchado el horizonte de mi mirada y enriquecido mi imaginario infantojuvenil.

       A los 18 años se produjo el desplazamiento familiar a la tierra de los ancestros, dejando atrás los huesos del padre, quien no pudo realizar en vida el sueño de regresar a su amada Galicia.

       Estudié Psicología en la Universidad de Santiago de Compostela, una época de adaptación a lo nuevo en las costumbres, idioma, climatología y gastronomía.

       Hacia mediados de los años 70 fui invitada a conocer Gran Canaria. Un verdadero descubrimiento para mí. Amor a primera vista: la luz de Canarias, la dulzura de sus gentes, la poesía de sus barrancos, el familiar rugir del Atlántico cautivó el alma de aquella jovencita del trópico, quien vio en las islas un puente con su lejano Brasil. Como madre adoptiva, Canarias se configuró en el tercer vértice de mi triángulo vital, juntamente con Brasil y Galicia.

       En 1980 instalé mi residencia en Canarias. Aquí tuve las vivencias más importantes de mi periplo vital: el Amor, la maternidad, el desarrollo profesional y la urdimbre de los amigos.

       Un episodio de muerte súbita supuso una profunda transformación en mi existencia. Se reveló una dimensión latente y oculta de mi ser: lo espiritual. Ocurrió entonces el encuentro con el Zen, la contemplación y la miel del silencio. En ese contexto de quietud irrumpe la poesía como respiración del alma.

        El anhelo de sosiego y de cercanía a la naturaleza, me condujo hasta Agaete y me atrapó el magnetismo que destila este rincón norteño, sus montañas, sus aguas transparentes, sus puestas de sol alimentan mi espíritu y me ayudan a contemplar el porvenir con esperanza.

       Ya finalizando el 2020, año de pérdidas, de gran sufrimiento colectivo, pero también de profundos aprendizajes, donde la vulnerabilidad compartida y la conciencia de unidad enseñó que cuidándonos estamos cuidando al otro y viceversa. 

       A lo largo de este año se fue desmoronando lo superfluo que adorna la vida y quedamos expuestos a una desnudez atroz, oportunidad única para valorar lo esencial: el Amor -los seres queridos- y la salud en todas sus dimensiones: física, psíquica, emocional y espiritual.

       Más que nunca es necesario el arte como antídoto al miedo y a la negritud. La poesía, la música, el baile, la pintura, cualquier manifestación artística a través de la cual se despliegue el Ser.

       Y desde mi minúsculo universo, una invitación a la quietud, a cultivar el mundo interior, a potenciar la creatividad, que podamos ser cocreadores de belleza en cada gesto. Y mantener encendida la llama de la confianza en el nuevo año que nos abre los brazos con la frescura del recién nacido. 

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