Por Camila Hernández Cortés
Mi nombre es Camila y nací en Chile, pero he vivido en varios lugares, como: Gran Canaria, Egipto, Alemania y Rusia. Cada uno de estos sitios me ha enseñado algo, a través de las experiencias que viví allí. Por ello, me siento ciudadana del mundo, algo difícil en estos días, ya que parece que nos obligaran a ser de un solo lugar.
Mi vida ha estado marcada por las casualidades o el destino, no lo puedo asegurar, pero lo que sí es verídico es que cada vez que imagino algo o sueño o deseo vivir alguna experiencia, esta se cumple en el momento adecuado, sin que yo lo espere y de las maneras que no imaginé. A veces, la vida me hace dar alguna que otra vuelta antes de cumplir lo deseado, pero en esas vueltas aprendo o adquiero la templanza necesaria para vivir la experiencia.
Así es como he podido viajar y encontrar gente maravillosa por el camino y desarrollar mi profesión como canalizadora del movimiento, performer, actriz y profesora de danza. Estudiando por el camino, con maestros de diferentes países y sin matrícula.
A veces me cuesta aceptar que mi conocimiento es tan válido o más que el de alguien titulado, ya que crecí en una sociedad donde lo que vale es tu diploma, la universidad en la cual te has graduado… Sin embargo, he tenido la suerte de experimentar y desarrollar por muchos años las artes escénicas. Con esto quiero decir que muchas veces no importa si has ido a la universidad, porque lo importante es que desarrolles tu talento, lo cultives o lo enseñes a todo tipo de público.
No sé el motivo por el que deseé estudiar libremente, viajando e interactuando con diferentes culturas, idiomas y filosofías, pero a través de la diversidad del mundo, he ido conociéndome y desarrollando al mismo tiempo mis posibilidades de expresar mi danza, mi canto o la performance.
Solía viajar sola, luego junto a mi hija, después con mi hija y la compañía de teatro y, actualmente, con mi familia. A mi marido lo conocí en Rusia mientras trabajaba en un festival de teatro, porque él también es actor y participaba allí con su compañía. Después de un tiempo, decidimos ser padres, abandonar nuestros respectivos trabajos y comenzar una nueva vida. Cruzamos Europa por tierra y en Cádiz tomamos el Ferry a Gran Canaria.
Desde que llegamos, todo era preparar la llegada de nuestra hija, buscar solución para ser residentes, encontrar un hogar para nosotros y el trabajo. Aquí encontramos varias pegas, porque nadie te da trabajo sin papeles y, sin contrato no te lo dan, así como nadie te alquila si no tienes una cuenta en el banco y ningún banco te abre una sin papeles. Y, aunque haya residido desde los 13 años en Canarias, donde incluso pagué las tasas para la residencia permanente que nunca me dieron por presentarla con dos días de antelación y nunca haber recibido esa notificación, más haber estudiado en la isla, tener hijas nacidas en el archipiélago y madre con doble nacionalidad española, no había solución para mí. Y mis hijas tampoco tenían derecho a ser residentes canarias, porque sus padres no eran españoles. En fin… nos tocó vivir comiendo nuestros ahorros, que eran para comprar alguna vivienda en el campo en Canarias y crear un proyecto artístico donde pudiéramos compartir nuestras experiencias.
Por el camino conocimos a Samuel, una persona a la que queremos muchísimo y, por extensión, a toda su familia. Él nos alquiló una cueva que había que reparar, aceptamos las condiciones y jamás nos hemos arrepentido, porque vivir allí fue la mejor decisión de nuestras vidas. Se encontraba en las montañas sagradas de Gáldar, con unas vistas privilegiadas y en una zona privada donde prácticamente estábamos solos. Vivimos en contacto con la naturaleza al 100×100, conocimos a la maravillosa gente que vive en el campo y sus pastores, a los cuales también llevamos en el corazón. Mi hija mayor pudo salvar a una escuela rural que necesitaba niños para no cerrar y donde las profesoras y la directora, Manuela Hernández, eran un encanto. Y mi hija pequeña dio sus primeros pasos agarrándose a las artemisas. Y se quedó dormida escuchando los cencerros de las ovejas de Felipe. Un ruso aprendió a sacar tunos y encalar la cueva, donde Rubén, el ermitaño, que en verdad no lo era tanto, se convirtió en abuelo de las niñas y en un padre para nosotros. Además, nos enseñó a cultivar papas, entre muchas historias que le contaba su abuelo.
A medida que pasaba el tiempo y no podíamos arreglar nuestra documentación, nuestros ingresos se iban consumiendo con los gastos diarios y con ello, nuestras posibilidades de seguir viviendo en este paraíso, por lo que tuvimos que tirar del plan B e irnos a Rusia.
Con lágrimas en os ojos nos despedimos de toda esta familia que nos abrazaba en Gran Canaria, al igual que ellos lloraron porque nos fuéramos, porque nos decían que Canarias era nuestra tierra. La pena es que la burocracia no opina igual. Es gracioso, pero en nuestra familia, la única que tiene pasaporte español-europeo es la perra que adoptamos en el albergue de Arucas, la cual viaja sin problemas con nosotros.
Yo pensaba que, con mi experiencia como viajera, me sería fácil adaptarme a Rusia y fui con un montón de expectativas y metas, las cuales no se cumplieron. Vivíamos en un lugar horrible, con una energía rara y con personas con caras de enfado. Era depresivo total; añoraba tanto Gran Canaria, la cueva, los pastores y… todo lo que dejamos, por lo que, después de 6 meses, volví a Gran Canaria con mis hijas, mientras mi marido se quedó con nuestra perra Yasna, comprando una yurta para vivir en ella mientras viajábamos.
Así que volvimos a pensar en el lugar del mundo donde podríamos vivir sin tantos problemas de documentos, en el que las familias extranjeras con nacionalidad múltiple pudieran establecerse y vivir del arte, y encontramos uno: Montenegro. De Canarias viajamos nuevamente, con la idea de quedarnos a vivir en este país balcánico, donde encontramos un terreno muy lindo y comenzamos a construir una base para la futura casa, pero viajamos antes a Rusia para casarnos y así tener más facilidad para formalizar los documentos de residencia. Supuestamente era un viaje de dos semanas, pero comenzó la pandemia y las fronteras cerraron.
Habíamos conseguido un apartamento en un lugar cercano a Moscú en un ambiente grato por esas dos semanas, que después se convirtieron en meses. Y meses que nuevamente consumían nuestros ahorros para pagar el terreno y los planes de Montenegro. Ante esta situación de desconcierto, donde uno no sabe qué hacer o qué no hacer, y estando a cargo de una familia, tomamos la decisión de hacer lo que queríamos en Rusia, es decir, vivir en la naturaleza y crear nuestro proyecto artístico, el cual bautizamos @art_yurt, ya que habíamos comprado una yurta para vivir en Montenegro y realizar talleres de danza y teatro en ella.
Y así es como con lo que nos quedaba de dinero, compramos una casa tradicional rusa de un siglo que fue construida por una mujer, la cual llevó los troncos con vacas desde el bosque hasta el lugar. Su chimenea hace pan y nos abriga, y la relación con el agua es más cuidadosa y consciente que nunca, ya que tenemos que ir a buscarla a un pozo y luego distribuirla. Los baños, que en Rusia se realizan en la Bañia, que es un tipo de sauna finlandesa, se convierten en un ritual de purificación, donde primero hay que llevar el agua, luego poner el fuego para calentar el agua y reunir a la familia para bañarse. Cuando se sale de este baño es como volver a nacer, respiras nuevamente el aire fresco del bosque mientras miras las estrellas.
Hemos trabajado mucho para poder crear nuestro sueño, porque no es fácil realizar todo al mismo tiempo, es decir, vivir como se hacía 100 años atrás, la casa se convierte en un pariente más al que hay que atender, más la familia que habita en ella y nuestros proyectos artísticos. Muchas veces debemos preparar los eventos de noche, así como construimos el suelo y levantamos la yurta, a -10 o -20 gratos, con pocas horas de sueño y aguantando nuestro mal humor y cansancio e intentando ser tolerantes entre nosotros. No puedo hablar solo de mí en esta etapa, porque realmente ha sido un gran trabajo en equipo, donde no nos dividimos la tarea según roles; cada uno hace lo que puede cuando puede.
Como ven esta vez en Rusia, sin tener ninguna expectativa ni apuro ni estrés, encontramos un hogar, lindas personas que nos apoyan, voy aprendiendo el idioma sin presión y ya hemos comenzado a realizar eventos y performances en nuestra yurta.
Realmente, creo que esta pandemia no se ha portado mal para nosotros, aunque también es verdad que nuestra forma de vivir no es común. Y al estar en el campo, no existen todas esas restricciones de no salir de casa; las niñas pueden salir a jugar cuando quieren y pueden realizar actividades al aire libre, que es lo más importante para nosotros como artistas. Si en algo nos ha ayudado la situación del mundo actual ha sido a comenzar de una vez a realizar lo que queremos, sin importar donde estemos ni cómo nos encontremos. Se van haciendo las cosas a nuestro ritmo y según podamos. Paso a paso. Los planes para Montenegro siguen en pie, pero, de momento, invernan hasta la llegada de la primavera.
Espero que mi historia te haya inspirado a realizar tus sueños, porque los sueños son para cumplirlos en esta vida.