“La educación es la única vacuna contra la violencia y la ignorancia”

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Laura Pol – Gabinete de Orientación y Formación Pol Bolaños

Ayer, me liberé de Él. 

Recuerdo, cuando nos conocimos, todo bajo una magia indescriptible. No sabría decir qué me impactó más, su sonrisa o su saber estar. Cuando se presentó, con aquel flequillo, que, de manera repetida, soplaba, para ver cómo yo lo miraba, bajo una timidez que era inevitable. 

Su persona, su carisma, su inteligencia, me turbaba. Cuando se acercó a mí, con un tono varonil, casi cantando, me dijo:

  • Hola Princesa, soy tu fiel caballero. Mi nombre es Luis.

Yo quedé con una cara de asombro, preguntándome, ¿cómo es posible, con todas las mujeres que hay en este lugar, me hable a mí? 

Comenzamos a tener algunas palabras, yo me limitaba a responder, no podía creer lo que me estaba pasando… ¡Ese chico guapo, estaba allí, conmigo!

Pasaron los días, meses y nos casamos, de manera rápida, porque él solo tenía un sueño, vivir conmigo. Él me cuidaba, me aconsejaba, me orientaba, porque mis amigas, mi entorno, desde que comenzamos la relación, la envidia era notable hacia mi persona. ¡Menos mal que Luis siempre estaba atento! Mi familia sólo quería organizar mi vida, menos mal que Luis estaba pendiente de mí. Aún recuerdo cuando quise terminar un Máster, pero no invertí mi dinero, porque Luis me explicó que no me hacía falta, pues mi carrera no tenía mucha salida. Así que era mejor que lo ayudara a él, llevando sus documentos administrativos del Gym que tenía en sociedad con María, una señora mayor que entendía a la perfección a mi marido. Luis se dejaba querer, era un hombre estupendo.

Cuando quedé embarazada, entendí que la felicidad iba a completarse con la llegada de nuestro hij@. Luis me llevó de viaje, me compró muchos regalos, me decía a diario que era su niña consentida.  ¡Qué suerte haberlo conocido! Mis amigas siempre lo criticaban, nunca lo entendí. ¡Luis es maravilloso!

Y, de repente, un día, sin esperarlo, no me apetecía comer espinacas, estaba llena de náuseas, pesada, el embarazo me bajaba la tensión arterial y no podía dar un paso. Las espinacas se convirtieron en mi enemigo, las vomitaba constantemente, pero Luis se enojaba y volvía a servirme un plato, porque debía tener los nutrientes adecuados para nuestro querido bebé. Y dije, NO, ya no más. Y Luis me metió la cuchara hasta el fondo, vomité todo en el plato y me lo hizo comer igualmente. 

A partir de ese día, Luis siempre estaba enojado, me decía que yo sin él no era nadie.  Que mis familiares y amigos, no me querían. Que no trabajaba, que era una mantenida. Que si le pasaba algo a su hij@, no iba a perdonármelo. Pasaron las semanas donde tenía que comer lo que él me ofrecía, nada de azúcar, porque me estaba poniendo muy gorda. Y ahí comenzaron los golpes, los insultos, las faltas de respeto. Se iba y me dejaba encerrada, porque necesitaba tomar aire para poder perdonarme.

Una noche, con 37 semanas de gestación, cansada, noté que manchaba, que un hilo de sangre resbalaba entre mis muslos y lo llamé desesperada. Estaba asustada, muy asustada, ya sabía que era niña, no la podía perder, era mi esperanza, seguro que con ella, recuperaría mi vida. Luis no contestó al teléfono. Yo tuve que salir, sola, de noche, tomar un taxi y dirigirme al hospital. Cuando lo llamaron, él se presentó llorando, casi sin respirar, me besaba en la frente, tocaba mi abdomen, yo lo miraba y pensaba que ya estaba el señor estupendo y maravilloso que yo había conocido. Lejos de mi deseo, cuando me dieron el alta, debía permanecer en reposo hasta el nacimiento. Cuando llegamos a casa, Luis me golpeó fuerte en el ojo derecho, según él, yo había tenido sexo con otro y eso me había producido el sangrado.

Comenzó a golpearme como nunca lo había hecho, me insultaba, me daba patadas sobre nuestra bebé, me gritaba que era una cualquiera, que esa no era su hija. Y llegó el golpe traidor, él que me liberó de verlo. Me empujó por las escaleras, yo caí y sentí que todo había acabado. De repente, una luz nos cubría a mi niña y a mí.  Ya no escuchaba nada, no me dolía nada, estaba rodeada de Amor y ahí entendí que el Amor verdadero  no duele. 

  La felicidad es estar en paz. Aquí, ahora donde estoy, soy libre.

“La educación es la única vacuna contra la violencia y la ignorancia”

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